MI NOVELA "EL GRINGO DEL ALMA"

CAPÍTULO XVI.

LOS PAPALOTES DE DIOS TIENEN ESPUMA

En una noche oscura hubo un encuentro con un poeta y unas horas más tarde con la poesía.  El poeta, es el poeta, que en este país tiene categoría de Dios.  Dios y poeta son una misma cosa.

                     -CARMEN BERENGUER-

 

Monserrat se ha tomado por su cuenta despertar al gringo del alma.  Ella misma ha decidido dar a conocer cómo se revive a un inerte.  Y quiere que solo Patricia esté presente.  Aunque Camus ya está dispuesto a ofrecerse para cualquier ayuda que pueda dar.  Tiene  miedo de ver a Jorge como vio al borracho del bar.  Y lo primero que ha hecho es cantar el ángelus muy bien encerrado en su cuarto y con sus collares de conchas ya restaurados dentro de las manitas.  Irina se lo ha dicho en varias oportunidades, que cantar calma los nervios.  Y quizás por eso lo hace.  En el techo de su cuarto giran las aspas de un viejo ventilado.  Y por las ventanas se ve un callejón sucio lleno de todos los gatos del barrio, que reaccionan tan de prisa cuando escuchan a Camus que tal parece como si estuvieran entrenados para esas reacciones.

 

Monserrat acciona como un pulsador con el dedo de la mano izquierda sobre una de las orejas del ladrón de almas. Lo  mira como si supiera que necesita de esa mirada para darle un acelerón.  Y colocarle así muy íntimamente y muy cómodamente a la modista vestida de negro que ya está desnuda y tiene el codo derecho descansando sobre la cómoda para su mira.  El espejo la refleja como una carga de munición que el ladrón del alma también necesita.  Quizás ahora más que nunca.   

 

Por ahora no ha pasado nada.  Jorge aún sigue inerte.  La verdad es que casi seguro uno de los vecinos insomnes que tiene fue quien lo hizo comerse la nada por pura envidia, por pura maldad.  Ha sido un tiro de billar.  Un blanco de la hostia que también Dios le ha regalado al ladrón del alma para su experiencia.

 

Monserrat decide entonces hacer mucha espuma con algo muy parecido a un gel de baño, para después ir frotándoselo por todo el cuerpo a Jorge para exfoliar restos de su piel casi muerta. De hecho, la misma Monserrat conoce desde hace milenios que los masajes húmedos sobre el cuerpo son armas de fuego.  Bombas atómicas que también ayudarán al gringo del alma a ver desde su interior a la modista que aún sigue desnuda proyectando su cuerpo y su  alma a través del reflejo del espejo ovalado de la habitación.

 

El líquido tan caliente como lo puede soportar un cuerpo humano lo va enjuagando, chorreando espuma dentro de toda la habitación.  Monserrat quiere sacar a los gatos del barrio que ahora resuellan en el callejón y dentro de su armonía como si también estuvieran muriendo todos y fueran ellos los que están inertes pero con ruidos.  La verdad es que nunca ha matado a un gato, pero ahora tiene dibujada en su mente, como si la tuviera pegada con una cinta adhesiva, a una campana muy roja sonando muy deprisa sobre los gatos y un tablero muy extraño que dice SOS.  Quizás sabe que tiene una rabia tragada por lo que le han hecho al ladrón de almas.  Quizás sabe que su imaginación jamás la traicionaría. 

 

Y  avanza entre la intensidad de su deseo de despertar al ladrón de almas y su culminación,  porque ya el cielo la atiende como si hubiese recibido el impacto de un meteorito.  Una sacudida de fin de mundo le recorrió todo el cuerpo.  Notó como el corazón perdía el paso y su punta de lengua la devolvió al interior de la boca del gringo con la habilidad suprema de un camaleón.

 

A esa misma hora Camus con su melena rubia acortada y su carambola del destino también hacía como el camaleón, se introducía con una habilidad suprema dentro, muy dentro pero de las páginas de la Biblia para renunciar, después de hacerse jurar silenciosamente sobre ella, que nunca más apedrearía a los gatos si el ladrón de almas le volvía leer Los Cien Mejores Poemas de Amor de la Lengua Castellana, igual que como lo hizo el día en que lo encontró de rodillas junto a la papelera del aula; rasgadas las suelas de sus zapatos con tanta simetría que hasta el propio gringo del alma cuando las vio tan iguales se sintió como si todo el pelambre de su bello cuerpo hubiera sido cruelmente trasquilado y no afeitado por sus mismas manos.

 

Entonces le limpió la piel de sus rodillas levantándolo en vilo.  Y Camus sintió aquel día y por segunda vez en su vida que en su pecho había un corazón hambriento de amor. Que el ladrón del  alma lo había salvado de aquella estúpida maestra que solo sabía revisar sus cuadernos y libros escolares como si lo estuviera llevando escoltado al cadalso. Y que nunca pero nunca sabía cuáles eran las partes del cuerpo humano más susceptibles al dolor.

 

La inocencia de sus diez primaveras Camus las llevó con diplomacia sobre aquella vieja Biblia que jamás supo de quién era; pues la había encontrado hurgando en los basureros.  Sus cortos años de ya casi un adolescente muy perturbado lo obligaron desde hoy a dejar de imaginarse como un gran lobo tozudo aullando siempre a una luna que nunca encontraba porque estaba para él desde siempre ausente.  Y es que estaba dispuesto a querer a Jorge, no le importara sin en su ausencia o en su entrega y tenacidad.  Pero amarlo como el padre que busca y ha buscado para no ser más el perro perseguidor de los gatos del barrio.

 

Monserrat no sabía decir qué le causó más conmoción, si el anuncio espiritual que sentía venir desde el pequeño Camus o el categórico puñetazo que Jorge dio sobre los pétalos que la misma Monserrat había regado sobre su cuerpo para perfumarlo.

 

El puño golpeó y los ojos vieron.  Miraron rápido, muy rápido a la mujer de ahora con la imagen –tan vivida, tan cálida- que de ella, como un tesoro desnudo, encuero en su totalidad, guardaba en su memoria.

 

Sí quiero, fue lo único que dijo primero…

 

Monserrat entonces se quedó con su gesto y su intención en la nada.  Solo en verlos.  Mirarlos para atormentarse aún más cuando lo vio alzarse como un pez vibrador.  Libre.  Suelto.  Despejado.  Y salir por la puerta-ventana y acceder al balcón todo desnudo, y ensalivado con sus pétalos y perfumes.  Entonces Monserrat  tuvo el primer deslumbramiento de su vida: sintió ganas de templar.  De verse tragada completamente por aquella cosa que se arqueaba como una mirada escéptica entre las piernas del gringo del alma.

 

Monserrat no se tomó ni siquiera la molestia de disimular ese buen humor. Fue como a cumplir una orden de su universo.  La sintió entre sus manos tan duro cuando se la agarró que al abrir los ojos creyó que iba a comenzar a ponerle un nombre nuevo a cada cosa de este mundo.

 

Estaba dispuesta a hacer algo para que a ella, la Monserrat, la bella ánima Monserrat no se le olvidase nunca, pero nunca.  Y con un gesto definitivo y audaz lo hizo aterrizar dentro de sus piernas, que ya con un gran acontecimiento de su figurante lo esperaba para conservarlo eternamente en su memoria.  Su último y desesperado gesto de amor fue sacársela con mucha, pero mucha cautela para hacer como un servicio de urgencias: con sus propias manos la hizo que penetrara en la modista, que desnuda como estaba se precipitó como la última espectadora privilegiada del ladrón de almas.  No sabiendo ella –la que ahora no vestía de negro- que Patricia ya disfrutaba también de aquellos deseos desde su nueva apariencia de espectro del rostro escandaloso y acalorado de Monserrat.  Así de igual lo disfrutó él; pues al ladrón de almas nunca le había gustado hacer planes a largo plazo...

 

 

 

 

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