MIEL PARA OSHÚN EN DO RE MI FA SO LA SI....

DE QUE LA MIEL ES BUENA, ES BUENA

¿Cuál es el único alimento que no se daña?

La miel de abejas.

          La mezcla de Miel y Canela cura la mayoría de las enfermedades…

La miel se produce casi en todos los países del mundo. A pesar de ser dulce, la ciencia ha demostrado que, tomada en dosis normales, como medicina, la miel no hace daño a los diabéticos.

La revista "Weekly World New" de Canadá, en su edición del 17 de enero de 1995, publica una lista de las enfermedades que cura la miel mezclada con canela.

 

ENFERMEDADES DEL CORAZÓN: Haga una pasta de miel con canela. Úntela al pan y cómalo regularmente en el desayuno en lugar de mermelada o mantequilla. Reduce el colesterol en las arterias y previene ataques al corazón, También previene nuevos ataques en personas que ya tuvieron un primero. Uso regular de este proceso mitiga la pérdida del aliento y fortalece los latidos del corazón. En Estados Unidos y Canadá, donde se utiliza esta pasta continuamente en Casas de Retiro, se ha descubierto que miel con canela revitaliza las arterias y venas de los pacientes ancianos y las limpia.

 

PICADAS DE INSECTOS: Mezcle 1 cucharadita de miel, 2 cucharaditas de agua tibia y 1 cucharadita de canela en polvo. Haga  una pasta con los ingredientes y frótela suavemente sobre la picada. El dolor y la picazón desaparecen en uno o dos minutos.

 

ARTRITIS: Mezclar una taza de agua caliente con 2 cucharadas de miel y 1 cucharadita de canela en polvo. Beber una por la mañana y una por la noche. Si se toma con regularidad, hasta la artritis crónica se puede curar. En un estudio hecho en la Universidad de Copenhagen los doctores dieron a sus pacientes a diario, antes del desayuno, una cucharada de miel y media de canela en polvo. En una semana de 200 pacientes siguiendo el tratamiento, 75 dejaron de tener dolor totalmente. Un mes más tarde casi todos los pacientes estaban libres de dolor,  aún aquellos que casi no podían caminar ya.

 

PÉRDIDA DE CABELLO: Los que sufren de calvicie o están perdiendo el cabello, pueden aplicar una pasta de aceite de oliva lo más caliente que se resista, a 1 cucharada de miel y 1 cucharadita de canela en polvo al cuero cabelludo. Dejarlo por 15 minutos antes de ducharse. Se probó efectivo aún en los que dejaron la pasta en su cabeza solamente 5 minutos.

 

INFECCIÓN A LOS RIÑONES: Un vaso de agua tibia mezclada con 2 cucharadas de canela en polvo y 1 cucharada de miel mata los gérmenes que producen infección en los riñones. Tomar mañana y tarde hasta que pase la infección.

 

DOLOR DE DIENTES: Hacer una pasta con 1 cucharadita de canela y 5 cucharaditas de miel y aplicar al diente que duele. Esto se debe repetir por lo menos 3 veces al día.

 

COLESTEROL: 2 cucharadas de miel con 3 cucharaditas de canela mezclados con 16 onzas de agua y tomadas 3 veces al día reduce el colesterol [¿un en DOS horas?]. Tomado diariamente elimina el colesterol por completo.

 

RESFRÍOS: Para curar totalmente sinusitis, tos crónica y resfríos comunes o severos, mezclar 1 cucharada de miel tibia con ¼ cucharada de canela en polvo y tomar con frecuencia.

 

PÉRDIDA DE PESO: Diario, media hora antes de acostarse y media hora antes de desayunar, beba miel con canela hervida en una taza de agua. Si se bebe diario reduce el peso hasta de las personas muy obesas.

 

DOLOR DE GARGANTA: Tome cada 4 horas una cucharada de miel mezclada con media de Vinagre de Sidra.

 

INMUNIZACIÓN Y PIEL: La mezcla de miel con canela también alivia el gas en el estómago, fortifica el Sistema de Inmunización, y alivia la indigestión. También evita los estragos de la vejez cuando se toma regularmente… Mezcle 4 cucharadas de miel, una cucharada de canela y tres tazas de agua. Hierva para hacer un té con estos ingredientes y beba ¼ de taza 3 ó 4 veces al día. Mantiene la piel fresca y suave y [¿arresta?] los síntomas de la vejez. También beber este té alarga la vida y hasta una persona de 100 años podrá funcionar como alguien mucho más joven.

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COMO UN VIEJO ESCAPISMO DEL PINCEL

YO CONFIESO ANTE PICASSO

 Ahora llueve a cántaros como dicen los que saben de extremadas aguas. Y ella está sentada frente a un ángulo de mis ojos por más que intento que se incline.  Está sin moverse, solo el trago del vaso está como ella, quieto, pacifico.

Algunas veces sus ojos encuentran los míos y empieza un cosquilleo. Los grandes sabios llaman a esto reconocimiento. Yo lo llamo exploración. El color de sus ojos es distinto. No sé si peco cuando doy colores a sus ojos. Pero retomando este asunto: los ojos son el apetito fiel de una persona.  Y ella no huye. Está, sin pausa alguna, sobre la fogosidad que exhalan los míos. Por eso sigue frente a mi ángulo. Sin todavía probar ni un solo sorbo del vino de marca registrada que tiene no frente a mis ojos.

En ningún momento ha dejado de pintar. Mueve el lápiz como si entretuviera al tiempo. No siento que lo hace como disciplina o deseo. Quizás después que tenga el dibujo se convierta en tal, pero por ahora sólo modifica el esbozo.  Sin mucho vino.

Lo que más prima no es el estupendo acto de desdoble que le hace al papel cuando apoya y quita el lápiz. Sé que sigue así una línea de cultivo para llegar, sin esfuerzo alguno, a una imagen que ni remotamente le interesa. Su verdadera creación está en la ventana-cartulina que ya ha encontrado en los ojos de Wanda, la marca registrada que tiene la etiqueta.

Pero para Wanda solo existe una muchacha ataviada en la esquina de un bar, dispuesta en el ángulo de sus ojos. A lo mejor más adelante Wanda recoja su tiempo en esa estela de inspiración, cuando la muchacha la pinte dentro de sus cultivos de  azafrán, y no en el cristal de la botella. Wanda sabe que las líneas son su vida. Y vuelve a su rincón: el mundo ha comenzado en un punto.

El bar empieza a inspirarme. Está reducido, pero poco a poco las personas entran cargando los más raros dilemas.  Se escuchan sinopsis de muchas palabras.  No sólo de una persona, sino de incontables que con los suficientes grados de alcohol en el cuerpo hablan del Papa, de pesadillas,  de caníbales y de cardenales.

El ritmo es más intenso en el bar, pero la muchacha sigue en su propio progreso.  Parece que la vida no la toca. Sólo es una espectadora. No ríe a la hora de reír, tampoco sueña. Sólo calla. Quizás ese silencio sea la repercusión de mis ojos en los suyos o en el trago que ya ha tocado como una prueba más de la imagen que tiene la botella. Un acto positivo para Wanda. Una posibilidad que también puede convertirla en un riesgo o en el drama de una imagen.  Wanda reconoce que es un riesgo grande. Pero puede aceptarlo.  Todavía no está borracha. 

Para ver aún mejor el recodo donde está la muchacha, he inclinado un poco mi banqueta, así siento más cerca sus labios. Me gustan. Pero todavía no logro llegarle a su ternura.  Deja su grafito sobre la mesa, y titubea ante el sorbo más amplio que ahora se toma.  Esto no es un adelanto.  La pintura puede entrar así en materia. Aunque también hay obras que nacen bajo grados de alcohol.

Como la tensión es una defensa del miedo, Wanda se ha quedado casi escondida dentro de los diminutos vitrales que tienen las botellas. No quiere aprovechar los espacios abiertos que le brinda la muchacha en el pliego de la etiqueta. Wanda se impermeabiliza de esta manera. No le agradece a la tierra la barra que la soporta.  Tiene temor. Teme ser nuevamente la musa preferida para la otra botella de vino.

Aún así todavía paladeo sus labios. Unos labios de gesto triunfante, ricos en exceso. Lo más probable es que ella no tenga amante, y por eso se introduce un cigarro entre ellos. Un acto cruel para mí, pero no moriré por esto.

El cigarro rueda dentro de sus comisuras. Un ciclo eyaculado, me imagino. Por momento su carrera se debilita y llega un alivio: el cigarro saborea sus labios como si fuera un deudor. Obligando a la muchacha a mutilar su espíritu artístico para adentrarse en episodios terribles.

Quiere organizar sus manos para pasar la terrible cruzada del cigarro que no concuerda con su pintura y menos con el trago de vino. Pero sus manos ahora tienen desequilibrio y se exaltan. El depredador sigue dentro de los labios y la pintura sigue ante ella.

O como Wanda, que desde su cristal sabe que la muchacha sigue un curso abstracto. Hecho para conocedores de ambientes tristes. Pero Wanda no está triste.  Jamás lo estará. El vino la mantiene contentándose.

Errada ahora por los rincones del bar, y sin importarle los ojos de nadie, a la muchacha todo le parece inservible, hasta las palabras. Solo la pintura sigue el curso. Y Wanda conoce que con la destreza de una artista no se juega, como también conoce que esta artista ahora solo puede pintar la depresión de un pájaro.

Lo único que dije fue, murió la reina de esta bella historia... Y después besé a la muchacha más que borracho. Y así nos quedamos, musitando cortas palabras con los ojos pegados a los inventados mirlos. Era la primera vez que nos juzgábamos el vino, la muchacha, Wanda y yo.

Y sin decir palabra, Ernest se fue desplazando de su ángulo. Ya no veneraba aquellos ojos que lo habían mantenido atontado en el simple sueño de una de sus imágenes literarias.  Esta vez le había fallado su prodigiosa visión. Wanda duró lo que otras pocas libélulas, su proeza solo estuvo en la condena de sus ojos.

Cuando ya cerraban el bar, Ernest tenía los huesos dolidos por la ausencia de su mujer. Y no levantó ni la mano para señalar a la única muchacha que se atormentaba a través de la ventana-cartulina de Wanda sobre la botella dentro del bar.

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EL DIOS NUESTRO SIN HORMIGA DE SILENCIO

 

           "MADRE DE LOS HIPOCAMPOS DORMIDOS"

Para Yirka Fuentes Bello, que pensando en España desde su infancia logra salvarse.

 

Madre Santa que estás en la locura de bendecir a los cubanos, mira mis manos en tus manos.

Solo así un cosmos sin guijarro nos despertará de las heridas.

 

El llanto de los asteroides declama

porque en aras del amor nació tu luz.

 

Nació la forma, Madre,

como una presentida libre ciudad que nos esclava.

 

Abandona, Madre, la hebra de este ovillo

y silba sobre lo extirpado.

 

Tarambana del cielo he sido yo

por eso hago la excusa de mi esencia  y me marcho de los adverbios.

 

Cuelga por Jesús el Cristo a San Francisco el Grande en la puerta de esta isla para tu próxima llegada.

Y dale las nupcias de lo blanco al cubano del bosque y de la selva.

 

Ya Guillermo Tell tiene novio sin saeta:

No lo apuñales.

No lo duermas.

Ya está su ojo colgando de un dosel.

 

Madre de los hipocampos dormidos,

Bésame la ofrenda de mi cintura.

Que yo también soy hija de Guillermo pero sin novio.

 

Licor del mar, corona mentes aunque sean de Venus en éste ombligo.

Y solo no me maltrates.

No nos maltraten, fugitivos.

 

No nos inclinen sobre la espuma para ahogarnos.

Aún amamos, Madre Bendita.

 

Dentro de tus salobres aguas está el caballete que me dieron de pintora.

Hoy quiero recuperarlo.

Tu septiembre de luz me obliga a pintarte.

A derribar las fuertes horas desmayadas.

A irme sobre tus perseguidas olas.

 

Madre de las Guirnaldas Maduras,

dale a la primavera la infancia corta de los cubanos.

Golpea los tejados y almuerza en silencio.

Que Dios nos mira desde la calle.

 

 

De:  IDANIA BACALLAO ITURRIA

CUBA. JUNIO 25 /2012.

A YIRKA, CON FE DE SANACIÓN EN SU VIRGEN DE AGUA.

                                                                             Y Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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LA PLEGARIA DE LA YERBABUENA... MI NOVELA

Nunca aprendí su nombre porque era muy presuntuoso.  Tan presuntuoso que muchas personas solo lo usan para escribir mensajes discordantes en las paredes.  Sí supe que era actriz, pero no una actriz de cualquier espacio.  Era más bien de humo, de posesión.  Con ella aprendí a salvar mis recuerdos, a falsificar misterios.  A leer a Rilke.

 

Para mí no existió ninguna contradicción cuando tenía que nombrarla con ese nombre.  Jamás lo hice.  La llamé Uva. 

 

Yo podía caminar por las calles junto a ella disfrutando de grandes y bellas ciudades, pero algo sí no  podía tolerar, y era que la llamaran por su nombre.  Inmediatamente después de sentirlo debía respirar profundo, eliminar jaquecas y apaciguar mis oídos con rezos.  Esto le hubiera permitido a Neruda escribir nuevamente "mis criaturas nacen de un largo rechazo". 

 

Quizás fuera exagerado que Neruda hiciera con su verso un patrimonio para mi conducta. Pero así era.  Como una inmensa realidad mis neuronas se dispersaban, se alocaban,  me distorsionaban, entonces me convertía en una luz negativa a todo encuentro.

 

Cuando le expliqué a Uva el porqué de mi posición canina se sonrió, y dejando caer sus hombros me señaló el mar.  Lo hizo sin tensión alguna, provocándome una sensación de desamparo horrorosa.

 

Uva era la virginalidad que todos los poetas necesitan.  Y yo la necesitaba más que ninguno.  Con sus pañuelos atípicos, como ejemplo de su profesión o de su disfraz con la vida, inventaba situaciones sin apertura, cerraba nociones de irritación.  Y podía trasladarse de un relato a otro sin perderse.  Su expansión revelaba un interés muy marcado: lograba ser clásica sin proponérselo.

 

Gracias a ese enorme significado místico nunca llegó a los prejuicios localistas, Uva era de una conciencia libre. Soberana absoluta de sus episodios.  Insurrecta de su oficio.

 

Una noche me la encontré llorando, y solo atiné a decirle: olvidaste cerrar las cortinas de tu teatro.  Se sintió burlada y me musitó, "somos un experimento que dios está haciendo y que tal vez no salga".  Encontré tan asombrosa aquella respuesta que la abracé llorando junto con ella.  En ese momento tocamos  un punto, algo infinito que desconocíamos por completo. 

 

Y determinada por aquella fascinación mis intensiones atraparon toda su sensibilidad. Y entre lágrimas de buenas intenciones, Uva se despojó del secuestro de la humanidad.

 

Llegamos a una etapa ingenua. Sentí a Uva como una magdalena húmeda, necesaria de un eslabón. Un puente que conectara "su mirada atlántica con mi natural pacífico".  Y entre sentimientos y salidas que flotaban como el aire enlazamos nuestras manos.  Poesías de otras dimensiones, promesas y definiciones huidizas se correspondieron.  Mi causa y efecto, regido armoniosamente por las caricias de Uva, penetraron  hasta mi desnudez filosófica.

 

Uva habló de París, pronunciando palabra por palabra sin excepción alguna.  Solo al margen de una de sus descripciones se separó un poco de la ciudad parisina recordando "con dominio pleno de sí mismos sabemos expresar: hasta aquí llegamos".  Rainer María Rilke había llegado a su mente con su Segunda Elegía y la llamaba para despertar su bola de cristal. Sin llave, sin pie que golpeara a su puerta.  Entonces Uva apoyó ligeramente sus labios en los míos y se fue a rebullir en la ciudad,  inventando un asunto olvidado.

 

Necesitó quizás de un etéreo perfume que la hiciera constante.  Yo necesitaba de un reencuentro para dejar a un lado "al dios del mensaje", cuando acrecentara mi nuevo descubrimiento: Verdaderamente Uva era un tormento.  Mi tormento.

 

Se desapareció semanas enteras.  Y mi acostumbrada manera de sentirla me hizo extrañarla.  Mecánicamente, y sin proponérmelo me fui a otra ciudad donde el mar no me  recordara con sus habituales olas, a la Uva sin obstáculos y sin puntualidades que me había besado con tanta tibieza.

 

Até un pañuelo a mi cabeza de la misma manera que ella me había enseñado sonriendo por lo alto,  para despojarme de ángeles despeinados.  Lo demás fue simple: vagar, trastocar el orden en la ciudad, inmiscuirme en actos.  Y lo que entonces imaginé accesible se detuvo. Se paralizó.  Inocentemente yo estaba  prisionera de la estrategia  de una mujer. Una sola mujer con rostro y pose de fotografía.

 

Un temblor invadió mi cuerpo al sentir un murmullo ligero  pero a la vez inaudito. Su raro sonido me invadía nuevamente.  Ella con su buena acción y su sombrero de teatro llegaba a la ciudad. A esa otra ciudad que yo creía muy mía y muy puritana para mis privilegios.  Con toda lo melancólica que pudo se me acercó para decirme, ésta ciudad es un clásico de dios con mi llegada...

 

Y entonces se me ocurrió contestarle  en versos. Uva, "si por mí son tus desvelos, firmemente te conservo".  Después ya muy satisfecha de lo dicho, mi partida no fue esquivada.  Fue así que comprendí que yo era el negativo de su fotografía. No su propia fotografía.

 

El primer día en aquella ciudad fue un número perfecto.  Lo tormentoso de los diarios anunciaba la escena de una actriz en fuga.  Ahí estaba Uva nuevamente.  Ahora burlona, aguda en sus simulaciones. Sin miedo alguno a fabricar otra ciudad con sus propias piedras por tal de seguir siendo la magnífica.

 

Desde mi ridículo puesto de distracción fabriqué otros ojos, otras manos, otra boca.  Yo también me atrevía a fabricar otra ciudad.  Otro nombre que apreciara la forma en que se apagaba mi impaciencia y surgía una confesión.  Pero los hilos de Uva no se detenían, eran cabezas en movimiento. 

 

Quería huir para siempre de su carrera.  Tomar un tren y soportar solitaria la colilla inquietante que dejaba en el andén.  Pero comprendí que estaba jugando un papel muy importante de mi vida.  Yo no estaba sola, porque según decía Uva siempre,  yo había nacido un día en que dios no estuvo enfermo... Y aunque mi inocencia estaba extremadamente lastimada existía un placer.  Una pequeña imagen que ella se esmeraba en pulir y pulir,  simplemente para cautivar mi ternura.

 

En el brillo que la ciudad había adquirido por la llegada de Uva existían caricias exasperantes,  que demostraban una vez más que mi pañuelo no era tan mío.  Ni Uva había sido ningún ser de mis besos.  Era una mujer, que buscándose en la vida solo encontró injusticia. Y que en momentos importantes era de mucha ternura pero también de peligro.

 

En noches esenciales me había acogido, saturando sus almohadas con algo no olvidado para ella: su niñez.  Cerrando mis ojos aún la veo, dormida, sin molestia alguna.  Con una gran iniciativa, que yo fuera su Dante para siempre.  Un Dante que la tomara del brazo para contar las lloviznas. Le acariciara el rostro leyéndole novelas de amor, la animase besándole la espalda.  Esa fue mi Uva: Luz de adentro. Mujer segura de su juego.

 

Pero los hombres de la ciudad la descubrieron. Y  Uva con "los colores de la franqueza" se dedicó a vencerlos ante el mundo.  De una manera paradójica: con la humanidad por dentro.  Y en su nueva ciudad, curiosa y restituyendo rostros cercenados, venció.

 

Y digo venció mordiéndome los labios, desplegando la única posesión que me quedaba: Alejarme de Uva para siempre.  Y que nunca, pero nunca  supiera que yo estaba horrorosamente feliz tomando esta decisión.

 

El primer día fue un infierno.  Ojerosa y con las mejillas pegadas a las paredes hice señales de carreteras, coloqué faroles al filo de mi cama, le quité los velos a Oshún.  Pero Uva estaba como la poesía.  Delante de mi puerta.  Delante de  mi corazón.  Anclada en mi alma.  Viva.

 

Sus ojos me proponían una especie de visión parecida a una reliquia. Y yo solo atiné a indicarle obedientemente, la belleza es una forma del amor.  Pensé que sus ojos se irían de los míos en busca de algún recado importante o en busca de los vitrales que tanto le gustaban, pero sucedió lo contrario.  Me fulminó diciendo: "la belleza no se devela hasta que no la entiendes".

 

Traté de esquivar sus párpados sin sueño, de cantar una balada, de tomar un café repitiendo no delatarme jamás... ¡No delatarme jamás!  Traté, pero Uva tenía las manos escondidas, dispuestas a tropezar con las mías porque no le daba vergüenza. Y su espacio no existía como tampoco existía su tiempo.

 

No comprendía que ya yo me había descubierto. Que ya yo era una escritora con lágrimas en los ojos,  pero con otra mano tibia.  Dispuesta ahora a acariciar la sensibilidad de alguna otra actriz para aceptar cualquier desgarrón que llegara nuevamente a mi vida,  pero ésta vez sin coartada.

 

Y todo se le convirtió como un "traje de exótico estilo".  Supongo los sacrificios de Uva por encontrarme, su actuación para alcanzar mi espiritualidad.  Pero ya mi pañuelo no era un disfraz, ni su nombre era fatuo, ni mis neuronas se desplazaban... Los pregones de Uva iban abandonando mi pureza.   Así lo deseaba yo.

 

Y no fue por gusto que los hombres la descubrieron. Ni fue por gusto que voló sobre los charcos de la ciudad arrastrada con un llanto atroz.  En el combate de su camino, Uva descubrió mis puertas cerradas,  pero sus piernas seguían siendo la gloria "movida por la fuerza de la necesidad".  Y suspiraba feliz cuando me encontraba.  Quería quedar como su inventada ciudad: sorprendida, volando, resistiendo.  Entonces las estrellas se le reflejaban en sus propios charcos cuando escuchaba los recuerdos de mis susurros: Uva, "si por mí son tus desvelos" no enloquezcas. No mates.  No mueras.

 

Entonces una noche ya no pudo más y me confesó:  Te necesito para desgarrarme y aturdirme.  Para bailar y mentir... Para tener mi existencia.  Y a la sazón de lo confesado fue que escuché el secreto de Uva.  Un secreto único que nadie conocía, por tanto era inolvidable, y a la vez absurdo.  Y digo absurdo porque era su verdadera existencia la que ahora estaba ante mí.  Una existencia que todos concebían como protestante.  Estuve muy equivocada, lo confieso.  Uva era una pintura y no una mujer abusiva del amor.

 

Y opté por hablarle de París,  pronunciando enfoque y palabra. Solo al margen de una de las descripciones, que tanto le gustaba,  me separé de su tan soñada  ciudad parisina para recordarle: "hasta aquí llegamos".  Rainer María Rilke también había llegado hasta mí con su Elegía. Y me llamaba para despertarme sin llave y sin pie que golpeara a la puerta.

 

Entonces me acarició suavemente mis hombros, mis labios, mi pelo…  Después escapó.  En el mismo lugar que había servido para nuestros encuentros dejó los pañuelos y también cierto sonido de duende. 

 

Ahora el parque tiene aspecto fantasmal. Se siente incógnito, desnudo, sin constelaciones.  Dispuesto quizás a recibir otras manos que lo acaricien en la madrugada. Como lo acariciábamos nosotras.

 

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UNA CARTA DE AMOR PREMIADA

 

Príncipe Guerrero, que aún consume mi osada calentura.  Al fin logro extender mis brazos con más calma para abandonarme a tu tiempo y escribirte estas líneas.  Quizás con lo único que me queda: alas.  Alas de este amor que aún no termina.

A lo mejor piensas que estoy triste, que ya ni siquiera sonrío.  Pero sí, sí lo hago.  Aunque tenga que arrancarme este sentimiento de inocente fantasía que escondo. Y es que cuando consumo tu calentura, así sea con la conciencia en mi pasado me divierto, porque aún siento tus manos remontándose en los mismos anhelos: mis senos.

Que me falta tu agua clara, es mi gran duelo.  Así y todo trato de apaciguar mi universo de mujer pensando en los placeres de aquellas tranquilas aguas que solo se mecían cuando tú llegabas.  Como ves, sigo siendo tu misma calma confidente, nada ha cambiado.  Porque sé que no fue inconstancia, ni capricho, ni infidelidad…. Fue error.  Pero no un error maligno ni liviano.  He conocido errores que han sido la morada de algún Dios; ese fue el nuestro.

Ahora los que nos ven están confundidos.  Se preguntan dónde estás los arrullos y las violetas de cada mañana. Pero debemos seguir viviendo, quizás como si fuéramos  un ángel de recuerdos que pide y pide que las violetas no se hagan del todo inciertas, para de esta manera contestarles a los confundidos: -la primavera también pierde sus palomas aunque el cielo no se duerma sobre su azul.-

También quisiera decirte algo nuevo que descubrí: la adormidera del desierto no existe. Esa fue una de tus mejores estrategias.  Ya sabes que duermo sin ella y sin ti, pero con una violeta reposando sobre mis senos.  Este habito sí no he podido prohibírmelo. Quizás aún te gustaría verme en ese sopor con el aroma de tus violetas ya casi gastadas de tiempo en mi pecho.

Mira, tu muchacha al fin lo aprendió –y a solas- a calentar los rezos.  Esa era una de tus mayores conductas, y lo logré.  Aunque ahora siento como un perfume engendrador que me mantiene en redención, en cautiverio… Zumbando como un capullo porque se albergó una abeja en él. Pero esta muchacha se ríe de ese capullo sin culparte y sin culparme.  No olvides esto nunca.

Sé que la inocencia de la vida me atrapa en tu mundo.  Me danzan y me reverdecen sus presagios, pero desconsuelo aún no me acompaña porque no fuiste mi calvario ni tampoco un horrendo pecado. Gozamos como muchas otros amantes las carcajadas de Dios, y hasta bajamos a catacumbas como una historia nueva de mujer y hombre.  Y no te digo que no hubo momentos caprichosos, juicios y abismos como contratiempos,  los hubo.  Pero nos rebelamos y resonaron en vano.  Nos salvamos de los momentos, pero fuimos místicos para esa salvación… Ese fue el error. El grave error.

Así y todo no me siento vencida.  Los ateos son los únicos que se dejan vencer.  Y yo volveré a donde siempre: al templo donde nos conocimos.  Donde le dejamos a Cristo nuestras ropas y nuestras voluntades. Ahora mi gran trabajo será despojarme del guerrero que duerme en mi espíritu, pero no en mi cuerpo.  Quizás sea por eso que te escribo, es bueno escribir para escaparse de mágicos poderes. Y aunque ya tus violetas estén perdiendo su color, quizás llegue un nuevo peregrino para escribir esta historia como si fuera una tonada de una canción.

                                   Que solo suene mi voz

                                     Y con tu lado dormir

                                        En las flores de mis senos

                                          En las flores de mis senos.

                                          Que un huésped incierto dejó

                                             Como santo de jardín

                                A la violeta abierta de tu cuerpo

                                   En las flores de tus senos

                                     En las flores de tus senos.

                                       Como un mendigo de flor

                                           Voy a pedirle al jardín

                                             Que las flores de mis senos

                                                 Que las flores de mis senos

                                                    Sean la historia de mí.

 

Y ahora que escucho esta música dentro de las cuerdas de mi guitarra me percato que esta historia  no es la mía. Porque está muy cuajada de misticismos.  Pero si algún día me sucediera algo parecido, me gustaría que alguien la escribiera como este peregrino cantor, al cual yo nombré Príncipe Guerrero, conservándole cierto misticismo en mi osada calentura como si verdaderamente fuera a extender mis brazos para abandonarme a su tiempo con un verdadero adiós.

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DEL LIBRO "LA MEJILLA EQUIVOCADA"

 

LA VOZ DEL MAR MUERTO.

                              

Cualquiera diría que la historia de Sara es sencilla.  Que cada vez que se levanta de su máquina tiene un libro terminado. Escrito para que ciertos seres monstruosos le den la razón una vez más de que fue hecha de barro y no de semilla.

Sin embargo, ni la propia Sara es capaz de trabajar con respecto a eso.  A que ese libro se convierta de la noche a la mañana en el más difundido del planeta.

Es decir que Sara con sus cincuenta años, su boina de biblioteca y su biografía de mujer de barro no se imagina ni remotamente que su nombre se pronuncia como un secreto de Dios todos los días en todas las casas donde también puede que haya alguien de barro y no de semilla.  Eso no lo sabrá jamás aunque busque una hojita de papel y lo anote como otro recurso narrativo para el libro que ya la mira con un número de teléfono anotado. Dándole así más importancia.   

 

De modo que Sara haciendo gala de su honradez y pureza descarga aquella sencilla historia en el papel.  Así le cueste pasarse cinco horas sin mermar delante de la computadora.  Así le cueste la vida padeciendo de recuerdos por aquella María que le despertó ciertas cosas sí dentro de ciertas cosas no.

Todo esto ha hecho que a Sara se le haya mezclado como un golpe de suerte diferentes cosas.  El título del libro, el bloc borrador que como un pendenciero la vigila,  y el disco rígido de la computadora que ahora solo le interesa continuar con la historia.

 

Para Sara, por consiguiente, le llega el aprovechar estos momentos de lucidez; sin suposiciones de qué dirá fulano o qué dirá mengano.  Lo de Sara ahora es la nueva aventura: el capítulo donde dice que se debe tomar la pastilla roja sobre su lengua y no debajo de ella.  Ahora es el momento.  Un momento que no se permite distracción alguna porque eligió el té de manzanilla para restarle ese gusto ácido que tiene el medicamento.

 

Sara no entiende por qué se le piden cosas así. Por eso se va al baño y ya cuando siente que el agua acaricia su cuerpo piensa en esa novela secreta que está escribiendo.  En esa novela que la editorial quiere en menos de tres meses.

 

Sara infringe sus propias reglas,  y a las doce de la noche en vez de seguir escribiendo se acuesta.  Se echa encima una bata más azul que la de costumbre y mira la figura ridícula de María, que desnuda y con la teoría del libre albedrío le sale desde el pasillo en la fotografía.

Y es realmente contradictorio lo que piensa.  A María le sobró tiempo para llegar sin sobresaltos.  A ella no.  A Sara le cabalga lo nuevo.  Lo que supuestamente no conoce. Y en cierta circunstancia se lo dijo, el sitio para escribir un libro no se parece a ti.  Tú no eres ni mi principio ni mi fin.

 

María no tuvo ni el más indudable asombro.  Solo utilizó el ascensor de las tres de la madrugada y no regresó nunca más.

Por el momento tendremos que Sara, bajo una hipnosis de pastilla roja, se ha quedado eternizada en su sueño.  La voz del Mar Muerto la tiene en una fantasía tal que Sara se ve junto a un beduino mirando a través de una mirilla y encerrados con llave en un edificio sin más compañía que la de las cucarachas que resuelven enigmas en un sitio donde la luz se pierde en el horizonte.

 

Sara no disimuló por el respiro que el beduino le hizo sobre su vientre y se dejó llevar por la voz del Mar Muerto.  Entonces veremos a Sara sin murmurar la menor plegaria, enfrentándose así a aquel beduino,  sin imaginar que su vista se le había quedado fija y que en el vientre le había salido un obstáculo sólido como ojo de buey.

 

Sara cruza la luz del horizonte y no ve ni siente persecución alguna.  Solo se toca el obstáculo y hasta lo desecha para seguir con su vista fija y sin parpadear en una pantalla que se exhibe como vidriera.  Parece una chica testaruda que corre sin sentido alguno.

 

Ahora Sara ya está muy cerca de la vidriera.  No detiene sus pasos y salta tanteando el muro que se le ha interpuesto como un sello oscuro.  Sara acaba de llegar al clímax de su novela secreta.  Y no quiere que la historia se le repita porque le duele hasta la ceguera que ha sentido y probado en su sueño.

 

Ya hace un mes Sara descorrió el telón y no ha dormido más que veinte horas.  Sara se dispone a reventar el teclado de la computadora como una poseída.  Incapaz de disponerse a otra cosa que no fuera el viaje del beduino a lo largo de una jornada que ni ella misma sabe si lo vivió en realidad.  Sara prefiere no pensarlo.  No meditarlo para escribirlo con más soltura.  Con más existencia.

 

Sara se aprueba una vez más ante la editorial para que vuelvan a retratar su vida por si queda algún vestigio de misterio. Y si queda solo está en la pastilla que a menudo se coloca sobre y no bajo la lengua.  Sara aprendió a derrochar alegría cuando la acosan.  Sara no puede desilusionar al beduino que encontró en un salón privado de sus sentimientos.

 

Sara escribe.  Agrega, reflexiona… Se guiña los ojos pero no sale de su salón privado a nada.  Confía en su intuición.  Confía en su felicidad cuando haga el libro perfecto.  Ese que escribe pactado con el beduino.

Sara está en condiciones de decirle sí a la vida nuevamente. Decididamente sí.

 

 

 

                                                        22 de Septiembre 2009

 

 

 

 

 

 

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