LA MATRACA
Enamorarse de mí. Contar una a una las losas del portal por verme. Recostarse a
Seguir cuanto paso doy. Vigilarme. Otearme. Olerme. Enamorarse de mí. Embelesarse. Cuadrarse en la calle para no permitir mi paso. Enamorarse de mí. Anafrodita. Estéril.
Yo que soy archicoconocida en
Enamorarse de mí y después irse a Italia por un año. Yo que publico mis libros cuando se me antoja. Yo que sólo puedo dormir con aire acondicionado. Enamorarse de mí. Y bajarse del avión y rentar un volvo. Enamorarse de mí. Anacrónico. Incauto. Llegar hasta mí y darme la mano como si tal cosa. Sin cerrarme
Enamorarse de mí. Yo que recién empiezo a verlo ahora. Yo que veo la casa nueva que ha comprado. Yo que sé que ha traído una Laptop. Yo que ando y desando miles de veces la acera de su casa. Enamorarse de mí. Yo que le hago la guardia diariamente. Engreído.
Enamorarse de mí. Yo que soporto verlo con una italiana preciosa. Yo que ya ni un adiós recibo cuando pasa. Yo que expongo mis ropas y mis lujos a diestra y siniestra, arrebatando a todos los demás. Enamorarse de mí. No sé qué se ha creído. Incombustible. Inicuo. Descerebrado.
LO PENSANTE
Estuvo preocupado varios meses, pero después se dio a la tarea de reflexionar; y sí, le daría resultado. Construyó una casa. La terminó un sábado a las tres de la tarde y frente a los pocos amigos que tenía la santiguó para su buena suerte con agua bendita.
Anduvo por la casa como un naufrago cuando no encuentra a qué asirse en una noche de mar picada. Le pareció inmensamente grande. Un gigante dispuesto a tragárselo de un tirón. Lo pensó bien y decidió que algo se podía hacer para restarle soledad. La repletó de adornos.
Pero por más que la llenaba, no dejaría de sentir la misma fría oquedad de los primeros días. Lloró en silencio. Tenía que hacer algo, otra cosa debía existir que lo ayudase a disimular aquel vacío. Lo pensó mejor. Comprendió que no le quedaba alternativa. Hizo una mujer. Terminó de hacerla un sábado. Entró al cuarto y se entusiasmó tanto con su desnudez que
Lloró otra vez, pero no era de pena fría sino caliente. Vistió a la mujer y fue enseñándola a todo el que pasaba para que la admirasen desde lejos. No era un hombre solo. La casa no se lo tragaría de un tirón. Ahora debía empezar por tragarse sus miedos de hombre con mujer.
IMÁGENES
Está desnudo ante la estatua de Lennon. Nadie lo ve. Unas flores violetas permanecen entre sus manos. Masculla algo mirándole los ojos a Lennon. Sus palabras, pronunciadas con voz cada vez más fuerte, se le escapan del fondo de su pecho. Da un paso hacia el artista y se deja caer de rodillas. Algo tumultuoso le subía dentro del pecho, y le pareció que sus entrañas latían como le latía el corazón. Lo agolpa la sensación de ser una bestia amarrada.
De pronto oyó su voz, su propia voz que le contestaba para salvarlo de los pensamientos que había ido guardando para impulsarlo hasta allí. Una melancolía de la que tal vez no lograría jamás curarse es quien lo mantiene frente a Lennon, y tuvo miedo de disgustar al artista confesándole que no creía en su muerte, que todo era una turbación de su espíritu.
Después de esperar en vano alguna respuesta de Lennon siguió como si nada hubiera dicho, adoptando una nueva táctica. Una extraña reflexión se alzó en su mente: Y si Lennon con sus hondas decepciones se hizo pasar por muerto, y ahora está vivo en
Mirando en torno suyo un enorme pavor lo acechó, y creyó que su angustia se agigantaba tanto que le temblaron las flores en las manos. Sus ojos se clavaron entonces en los espejuelos de Lennon, y con penosa dificultad y agotado por el sufrimiento, atrapó las gafas. Ahora con cierto aplacamiento, pero con un aplacamiento hastío le limpió los cristales con sus propias manos. Ya no era capaz de experimentar nada más, si Lennon estaba en
ESCRITORA, IDANIA BACALLAO ITURRIA
CUBA. 2013
