MI NOVELA "EL GRINGO DEL ALMA"

-CAPÍTULO IV-

CINCO CHELINES POR CADA CONSEJO.

 

Te quiero más que nunca a cada minuto que pasa como un par de esos chismes cubanos que suenan como cascabeles al agitarlos… Sin embargo, estoy un poco preocupada por Christopher porque no ha recibido suficiente atención ni un adecuado misticismo prenatal.

-ROSEMARY SULLIVAN-

 

 

Si Patricia se salva de lo que le viene para arriba entonces sí que voy a creer que los milagros existen.  Que la oscuridad es solo un adversario que se vence con tremenda facilidad y que el tucutú de Irina no es más que lo que engulle diariamente desde que nació, pero en el más puro de los secretos.

 

El aire seco del ambiente, este viento de suciedad que arrastra todo el polvo de la ciudad, y estas últimas ruinas de murallas que están por desaparecer tienen a Patricia con un largo cigarro entre sus labios, los ojos pegados a la pared verde pálida de su trabajo y las manos dando cinco chelines por cada consejo que le den de dedo por dedo.

 

Quizás sea que Patricia tiene un recuerdo de juventud clavado como un fragmento de cristal metido de forma secreta en el espacio por donde atraviesan todavía insectos de la noche y bacilos de su antigua gripe para ponerla a pensar.  Como si estuviera en primera o segunda fila del cine.  Sobre todo lo que le viene para arriba: un pequeño.

 

Por lo tanto, Patricia, debe enmudecer todos los deseos egoístas de verse sofocada y locamente atareada tratando de sacar la boa que tiene Jorge dentro de su taparrabos para después –y si logra sacar la boa- regalarle el alma.  Rehacer los dos sus vidas destrozadas por la guerra humana, y salir adelante cantando alguna cancioncilla que está de moda con la carne en la cara, con las lágrimas en los pezones y con los sentimientos tocando y saboreando el pálido instrumento que Jorge esconde para robarse las almas.

 

Pero Patricia ya está demasiado cansada de presenciar a personas que la han manipulado constantemente.  Por eso, estancada  sobre su cómoda butaca giratoria, cierra los ojos como un corazón de madre cuando observa un asado  de domingo carbonizado.  Y canta ininterrumpidamente para olvidar que próximamente se balanceará como cola de gallo cuando entre por la puerta, por su vida y por sus intereses el pequeño.  Pequeño que aún se le hace totalmente incomprensible en su vida.  Pequeño que hará que deje de exhibir sus preciosos trajes de sastre con pronunciados escotes y la meta a la fuerza en la moraleja de "de no se debe querer más de lo que se  es".

 

Y se desenmascara con sus enormes pechos por algo que no podía prever.  Porque quién sabe cuándo llegará el próximo.  Porque quién sabe cuando se sentirá nuevamente centro de la atención por ser la heroína de esta película.  Pero piensa que las actrices de cine aparentan intencionadamente ser menos de lo que en realidad es.  Y ella, la rubia seducida, se escapará antes de que esto ocurra.  Antes de que se sienta como lo que era antes, la joven dependienta que está en el cine comprimiendo sus manos al llorar.

 

Patricia, estás que partes el alma.

 

Con su sueño quizás un poco enmohecido siente hasta en sus talones que ya se está haciendo un papel de madre fracasada a mártir.

 

Cuando ese pequeño entre por la puerta y le pida con su pregunta de buen talante… Dónde está mi papá.  Patricia va a recibir la primera bofetada de su vida.  Entonces tendrá que concentrarse más en el juego anunciado del pequeño que en las observaciones –que ya ha hecho-  disparatadas del estado mental que el pobre Camus  trae entre pecho y esternón.

 

Camus tiene una dulzura en los rasgos que son los que desarman hasta al mismo llavero que tiene colgando detrás de la puerta para utilizarlo como puede utilizar el calibre de 6,35 milímetros que tiene escondida cuando ya no haya más remedio si se han desaparecido las llaves originales.  Pero el pequeño Camus ya ha visto que en ese mismo llavero está la llave maestra que abrirá la caja de la pistola que Patricia esconde.  No por avaricia, sino por miedo.  Un miedo que por muy arrogante bachiller que sea la desconcentra tanto que la somete noche a noche a terribles torturas.  Mucho más ahora que el pequeño Camus la mira bajo una luz distinta.  Una luz muy parecida a los ojos que le envían miradas de protector masculino constantemente.  Pero que Patricia no entiende,  porque es algo por lo cual puede perderse como si fuera a una nueva excursión de sentimientos totalmente desconocidos para ella.

 

La mira con los ojos del amor, y Patricia se da cuenta que es un amor verdadero.  Pero también se da cuenta que ese amor es principio, y puede ser bueno o malo para ella.  Eso solo el tiempo será quien la llene –con Camus- de despojos humanos o de excesivos sentimientos de seducción.  Y se queda reducida sobre su butaca, dispuesta a encontrar un proyector de diapositivas de enseñanza materna,  que la lleve lejos de estos pensamientos de despojos humanos que se le quedan reducidos en la cabeza como un puré de huesos, tendones y masa encefálica.

 

A través de absurdas acciones, Patricia intenta salvarse de todos esos pensamientos de ideales tan narcisistas (así dice ella) que hacen que todas sus fuerzas se conviertan en un ovillo agonizante encima de esa butaca que ya no siente ni que gira, ni se mece, ni acomoda… Entonces asume que todo es idea y no real.  Que el pequeño Camus penetra en su oído, en su imagen, en su corazón solo porque es ella quien lo está creando.  Y se tira de la butaca como un bólido para pisotear y pisotear a todos los juguetes que tiene esparcidos en el piso de la oficina.  Lo hace como si estuviera en una huelga general y machacara a un odioso presidente que la ha mantenido aplastada por una roca.  Patricia rompe así sus zapatos puntiagudos que le costaron más que la fortuna real del mes.

 

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