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IDANIA S. BACALLAO ITURRIA
-CUBA, 2012-
CUANDO LAS ESTRELLAS SALGAN EN
LOS CONCORDANTES DE ESTA HISTORIA YA NO TENDRÁN EL ALFANJE DE LAS QUEBRANZAS.
SEREMOS SOL
O QUIZÁS UNA HISTORIA QUE NARRA A UNA MISMA MUJER INVOCADA, CUBA.
Cuba, en el amanecer de Dios… 2012.
Idania Bacallao Iturria
JOSÉAL
A: José Alberto Alonso Almeida, niño que llora desde sus duendes
UN NIÑO SE HA SOÑADO EN
MIRA CAER EL HELADO DE AJENAS MANOS.
GIMOTEA CON SU SED SIN CONOCER QUE HAY UN ESPEJO QUE LO NOMBRA.
UN ESPEJO QUE VELA SU SUEÑO DE SIGLO ILUSO SIN MENTIRAS
DE DOBLE FILO SIN SEUDÓNIMO.
NO SOPORTA ESTA DESIDIA.
POSESO Y SIN VERDES MONARCAS SE FUGA AL REFLEJO DE LOS VICIOS.
CUELGA SU INOCENCIA DE
QUIERE SALIR DEL SUEÑO DEL HELADO
Y DA UN ADIÓS AL PARQUE QUE LO DUERME.
AMBICIONA CONOCER CÓMO SE LLAMA EL ESPEJO QUE LO ENFRÍA.
QUE LO ASESINA.
2008, Cuba, Noviembre.
SUCEDE
A: “El Grafitero de
SUCEDE QUE TE VAS, ASÍ DE SIMPLE Y COMPRO UN MURO PARA PINTAR A CUCHILADAS MIS GRAFITOS.
SUCEDE QUE YA PIENSO QUE ESTÁS SOBRE OTRA CELDA,
OTRA CELDA DONDE NO TIENES FUNDA NI ALMOHADA.
BENDITA QUIZÁS SEA
OJALÁ.
DIGO, GRITO… AULLO.
NO ME APENA
SUCEDE QUE TE PREGUNTO
(AUNQUE NO ESTÉS Y YO TE PIENSE PREOCUPADA)
DÓNDE ESTÁN LAS MANOS QUE AGITAN LOS COMPASES DE
Y ME SOBRECOJO EN ESTE INSTINTO DE PENSARTE MUERTO.
SUCEDE QUE TAMBIÉN TENGO UN ÁRBOL,
UN SECRETO DE CUCHILLAS QUE NO HE DICHO.
UN LIBRO CONTRARREVOLUCIONARIO QUE TAMPOCO PUEDO DECIR.
Y DIOS NO ME PERMITE QUE ENTRE ASÍ A SU SELVA SIN SU SELVA.
ASÍ ME NOMBRA EN
DEL GRITO QUE LLAMA POR
SUCEDE INNUMERABLE
Y RUEGO CON LLAMADAS SECRETAS
QUE HOY VIAJES CON OTRA MUJER.
QUE HOY, SOLAMENTE HOY, NO SE LLAME CUBA.
Y SEA MARÍA, ESTHER O CARMEN.
AUNQUE NO SEA IDANIA.
PERO SUCEDE QUE TE VAS,
ASÍ DE SIMPLE.
Y YO NO SÉ QUÉ REFUTAR
AHORA QUE SÍ ANUNCIAN –SIN RADIO- QUE ESTÁS SOBRE OTRA CELDA
AUNQUE DESCUBRAS LETRAS CON SANGRE SOBRE SUS PAREDES ROTAS.
Cuba, 2010, septiembre
Al llegar un momento en el crecimiento espiritual, nosotros oímos a los estudiantes invocándonos con gran sinceridad: “Grandes Maestros, ayúdennos a resolver nuestros problemas”. Para darles ánimo y fuerzas les diré que no se tiene la menor idea de
ENCANTO.
Idania B. Iturria
Su mente femenina masculina la disparaba a lugares a veces hasta insospechado para ella. Sonreía al mundo y el mundo le devolvía la alegría.
Hablaba de ser feliz como un pájaro, saltando de un tema a otro. Con su cigarro en la boca seducía, para de repente parar el entusiasmo y quedarse completamente alelada. Parecía esa su especial forma de ser feliz.
Se enmascaraba irradiando un encanto abierto y contagioso. Profundamente comprometida con un vivir el momento, pero con cierto secreto del pasado desconocido para todos. Para ella más que sabido.
Sola y ya melancólica resultaba más atractiva que cuando charlaba y se reía como una completa desconocida. Pero así a solas se hablaba afectuosa como un perro fiel. El perro era su verbo mágico. El camino atrapado y traspasado de su silencio. No poseía los modales que le irradiaban el encanto. Más allá de su umbral los gestos, risas y llantos le aliviaban
Temblándole los hombros se impuso una culpabilidad, la de no ser feliz nunca más solamente en su conciencia. Fue así que comenzó a irradiar cierta sensación de misterio. Su sociedad secreta con su conciencia la traicionaba.
Y en un vagón de primera clase arrastró toda su verdad. Se fue a quitar la crueldad sin muchas excentricidades. No se lo avisó a nadie. Su sentimiento de culpa con esta audacia la llevaba a la necesidad ya casi abrumadora de hacerse desear y querer. Se tenía en tan poca estima.
Era como un niño pequeño golpeado que necesitaba arrodillarse y pedir indulgencia. Y se introdujo en Manú enredándose sin saber qué quería hacer. El pequeño niño estaba tratando de consolarse. Manú escondía una soledad fría que
-Nadie te merece más que yo.-
María Salas dejó todo el vacío que traía por dentro escrito en una pared. Entonces ocurrió algo curioso. Manú que hablaba excitadamente como un perpetuo seductor se engulló las palabras. Las puertas se abrían y cerraban con un golpe seco. El estrépito de los cubiertos en la cocina era grabado en el aire con alto relieve. Todo como a través de una cámara fotográfica. Manú era gestos con los brazos, movimientos con el cuerpo pero no se oían las palabras. El sonido de sus pasos le era devuelto.
Y María Salas también la aceptó así con una mezcla de admiración y ansiedad. Se admitió a sí misma, tras una crisis de conciencia, para entonces comenzar a escribir cartas de amor, que Manú leía y releía durante noches enteras para después entregarse al regocijo de responderlas. Manú disfrutaba de ese anonimato como nunca antes había disfrutado nada en la vida.
Su curiosidad y sus celos lo expresaba cada día con más énfasis. Después vinieron dudas que le agrietaban hasta a su propio silencio. Dudas de tanto conformismo. No entendía que María Salas, atractiva y admirada, renunciara a las simpatías de otros para solo leer sus respuestas. La experiencia le era terrible e impresionante a la vez.
Pero Manú era judía y sentía adoración por cierta clase de mujer. Así que dentro de aquella escena de soledad le habló a María Salas con un gran sombrero blanco irradiando cierto toque masculino en su rostro. Habló con un insoportable dolor y con un encanto matriarcal fuera de lo común. María Salas la escuchó con su boina escocesa inclinada sobre su oreja. La escuchó enamorada inmediatamente. Viéndola como una pintura o arquitectura no como carne y hueso.
María Salas ya no tenía puesta la máscara de sonrisa. Ahora se sentía como bautizada con un nombre sacado de las flores.
Las dos vestidas de blanco y bajo un cielo despejado se hicieron de una elocuente calma exenta de palabras. Estaban inclinadas hacia la vida, enmarañadas de emociones. Recibían una sensación de acercamiento mezclado por violentas emociones de rebeldía, felicidad y esperanza…
Entonces se dijeron todas las cosas encantadoras que pudieran imaginar. Un poder absoluto, a favor del amor, que impregnaba de un erotismo desconcertante a
Manú con su tono pasivo y muy en consonancia con el entorno, dijo de memoria todo lo que había escrito en las cartas. María Salas hizo lo mismo, con su rostro suave, sus cejas bien delineadas y sus ojos de un verde claro, extendió sus palabras más allá de aquella habitación para después recibir una extraña simplicidad muy antigua. Todo se le convirtió nuevamente en sonrisa y sonrió. Le sonreía al mundo y el mundo le devolvía a
8 julio 2010