UNA CARTA DE AMOR PREMIADA

 

Príncipe Guerrero, que aún consume mi osada calentura.  Al fin logro extender mis brazos con más calma para abandonarme a tu tiempo y escribirte estas líneas.  Quizás con lo único que me queda: alas.  Alas de este amor que aún no termina.

A lo mejor piensas que estoy triste, que ya ni siquiera sonrío.  Pero sí, sí lo hago.  Aunque tenga que arrancarme este sentimiento de inocente fantasía que escondo. Y es que cuando consumo tu calentura, así sea con la conciencia en mi pasado me divierto, porque aún siento tus manos remontándose en los mismos anhelos: mis senos.

Que me falta tu agua clara, es mi gran duelo.  Así y todo trato de apaciguar mi universo de mujer pensando en los placeres de aquellas tranquilas aguas que solo se mecían cuando tú llegabas.  Como ves, sigo siendo tu misma calma confidente, nada ha cambiado.  Porque sé que no fue inconstancia, ni capricho, ni infidelidad…. Fue error.  Pero no un error maligno ni liviano.  He conocido errores que han sido la morada de algún Dios; ese fue el nuestro.

Ahora los que nos ven están confundidos.  Se preguntan dónde estás los arrullos y las violetas de cada mañana. Pero debemos seguir viviendo, quizás como si fuéramos  un ángel de recuerdos que pide y pide que las violetas no se hagan del todo inciertas, para de esta manera contestarles a los confundidos: -la primavera también pierde sus palomas aunque el cielo no se duerma sobre su azul.-

También quisiera decirte algo nuevo que descubrí: la adormidera del desierto no existe. Esa fue una de tus mejores estrategias.  Ya sabes que duermo sin ella y sin ti, pero con una violeta reposando sobre mis senos.  Este habito sí no he podido prohibírmelo. Quizás aún te gustaría verme en ese sopor con el aroma de tus violetas ya casi gastadas de tiempo en mi pecho.

Mira, tu muchacha al fin lo aprendió –y a solas- a calentar los rezos.  Esa era una de tus mayores conductas, y lo logré.  Aunque ahora siento como un perfume engendrador que me mantiene en redención, en cautiverio… Zumbando como un capullo porque se albergó una abeja en él. Pero esta muchacha se ríe de ese capullo sin culparte y sin culparme.  No olvides esto nunca.

Sé que la inocencia de la vida me atrapa en tu mundo.  Me danzan y me reverdecen sus presagios, pero desconsuelo aún no me acompaña porque no fuiste mi calvario ni tampoco un horrendo pecado. Gozamos como muchas otros amantes las carcajadas de Dios, y hasta bajamos a catacumbas como una historia nueva de mujer y hombre.  Y no te digo que no hubo momentos caprichosos, juicios y abismos como contratiempos,  los hubo.  Pero nos rebelamos y resonaron en vano.  Nos salvamos de los momentos, pero fuimos místicos para esa salvación… Ese fue el error. El grave error.

Así y todo no me siento vencida.  Los ateos son los únicos que se dejan vencer.  Y yo volveré a donde siempre: al templo donde nos conocimos.  Donde le dejamos a Cristo nuestras ropas y nuestras voluntades. Ahora mi gran trabajo será despojarme del guerrero que duerme en mi espíritu, pero no en mi cuerpo.  Quizás sea por eso que te escribo, es bueno escribir para escaparse de mágicos poderes. Y aunque ya tus violetas estén perdiendo su color, quizás llegue un nuevo peregrino para escribir esta historia como si fuera una tonada de una canción.

                                   Que solo suene mi voz

                                     Y con tu lado dormir

                                        En las flores de mis senos

                                          En las flores de mis senos.

                                          Que un huésped incierto dejó

                                             Como santo de jardín

                                A la violeta abierta de tu cuerpo

                                   En las flores de tus senos

                                     En las flores de tus senos.

                                       Como un mendigo de flor

                                           Voy a pedirle al jardín

                                             Que las flores de mis senos

                                                 Que las flores de mis senos

                                                    Sean la historia de mí.

 

Y ahora que escucho esta música dentro de las cuerdas de mi guitarra me percato que esta historia  no es la mía. Porque está muy cuajada de misticismos.  Pero si algún día me sucediera algo parecido, me gustaría que alguien la escribiera como este peregrino cantor, al cual yo nombré Príncipe Guerrero, conservándole cierto misticismo en mi osada calentura como si verdaderamente fuera a extender mis brazos para abandonarme a su tiempo con un verdadero adiós.

Category: 0 comentarios

0 comentarios:

Publicar un comentario