DEL LIBRO "LA MEJILLA EQUIVOCADA"

 

LA VOZ DEL MAR MUERTO.

                              

Cualquiera diría que la historia de Sara es sencilla.  Que cada vez que se levanta de su máquina tiene un libro terminado. Escrito para que ciertos seres monstruosos le den la razón una vez más de que fue hecha de barro y no de semilla.

Sin embargo, ni la propia Sara es capaz de trabajar con respecto a eso.  A que ese libro se convierta de la noche a la mañana en el más difundido del planeta.

Es decir que Sara con sus cincuenta años, su boina de biblioteca y su biografía de mujer de barro no se imagina ni remotamente que su nombre se pronuncia como un secreto de Dios todos los días en todas las casas donde también puede que haya alguien de barro y no de semilla.  Eso no lo sabrá jamás aunque busque una hojita de papel y lo anote como otro recurso narrativo para el libro que ya la mira con un número de teléfono anotado. Dándole así más importancia.   

 

De modo que Sara haciendo gala de su honradez y pureza descarga aquella sencilla historia en el papel.  Así le cueste pasarse cinco horas sin mermar delante de la computadora.  Así le cueste la vida padeciendo de recuerdos por aquella María que le despertó ciertas cosas sí dentro de ciertas cosas no.

Todo esto ha hecho que a Sara se le haya mezclado como un golpe de suerte diferentes cosas.  El título del libro, el bloc borrador que como un pendenciero la vigila,  y el disco rígido de la computadora que ahora solo le interesa continuar con la historia.

 

Para Sara, por consiguiente, le llega el aprovechar estos momentos de lucidez; sin suposiciones de qué dirá fulano o qué dirá mengano.  Lo de Sara ahora es la nueva aventura: el capítulo donde dice que se debe tomar la pastilla roja sobre su lengua y no debajo de ella.  Ahora es el momento.  Un momento que no se permite distracción alguna porque eligió el té de manzanilla para restarle ese gusto ácido que tiene el medicamento.

 

Sara no entiende por qué se le piden cosas así. Por eso se va al baño y ya cuando siente que el agua acaricia su cuerpo piensa en esa novela secreta que está escribiendo.  En esa novela que la editorial quiere en menos de tres meses.

 

Sara infringe sus propias reglas,  y a las doce de la noche en vez de seguir escribiendo se acuesta.  Se echa encima una bata más azul que la de costumbre y mira la figura ridícula de María, que desnuda y con la teoría del libre albedrío le sale desde el pasillo en la fotografía.

Y es realmente contradictorio lo que piensa.  A María le sobró tiempo para llegar sin sobresaltos.  A ella no.  A Sara le cabalga lo nuevo.  Lo que supuestamente no conoce. Y en cierta circunstancia se lo dijo, el sitio para escribir un libro no se parece a ti.  Tú no eres ni mi principio ni mi fin.

 

María no tuvo ni el más indudable asombro.  Solo utilizó el ascensor de las tres de la madrugada y no regresó nunca más.

Por el momento tendremos que Sara, bajo una hipnosis de pastilla roja, se ha quedado eternizada en su sueño.  La voz del Mar Muerto la tiene en una fantasía tal que Sara se ve junto a un beduino mirando a través de una mirilla y encerrados con llave en un edificio sin más compañía que la de las cucarachas que resuelven enigmas en un sitio donde la luz se pierde en el horizonte.

 

Sara no disimuló por el respiro que el beduino le hizo sobre su vientre y se dejó llevar por la voz del Mar Muerto.  Entonces veremos a Sara sin murmurar la menor plegaria, enfrentándose así a aquel beduino,  sin imaginar que su vista se le había quedado fija y que en el vientre le había salido un obstáculo sólido como ojo de buey.

 

Sara cruza la luz del horizonte y no ve ni siente persecución alguna.  Solo se toca el obstáculo y hasta lo desecha para seguir con su vista fija y sin parpadear en una pantalla que se exhibe como vidriera.  Parece una chica testaruda que corre sin sentido alguno.

 

Ahora Sara ya está muy cerca de la vidriera.  No detiene sus pasos y salta tanteando el muro que se le ha interpuesto como un sello oscuro.  Sara acaba de llegar al clímax de su novela secreta.  Y no quiere que la historia se le repita porque le duele hasta la ceguera que ha sentido y probado en su sueño.

 

Ya hace un mes Sara descorrió el telón y no ha dormido más que veinte horas.  Sara se dispone a reventar el teclado de la computadora como una poseída.  Incapaz de disponerse a otra cosa que no fuera el viaje del beduino a lo largo de una jornada que ni ella misma sabe si lo vivió en realidad.  Sara prefiere no pensarlo.  No meditarlo para escribirlo con más soltura.  Con más existencia.

 

Sara se aprueba una vez más ante la editorial para que vuelvan a retratar su vida por si queda algún vestigio de misterio. Y si queda solo está en la pastilla que a menudo se coloca sobre y no bajo la lengua.  Sara aprendió a derrochar alegría cuando la acosan.  Sara no puede desilusionar al beduino que encontró en un salón privado de sus sentimientos.

 

Sara escribe.  Agrega, reflexiona… Se guiña los ojos pero no sale de su salón privado a nada.  Confía en su intuición.  Confía en su felicidad cuando haga el libro perfecto.  Ese que escribe pactado con el beduino.

Sara está en condiciones de decirle sí a la vida nuevamente. Decididamente sí.

 

 

 

                                                        22 de Septiembre 2009

 

 

 

 

 

 

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