PA TI...

"ESTO ES CUBA Y LO DEMÁS ES TURISMO"

 

Ya Carmencita comenzó a ubicarse como dirigente. De cien libras que tenía en el cuerpo ahora tiene ciento cincuenta.  Y de una libreta mohosa y horrible que siempre traía enrollada entre las manos para los apuntes políticos, se ha pasado a una hermosa agenda diplomática que tiene hasta cierre con contraseña y todo.

Carmencita no sabía que su vida se la había cambiado la Revolución.  Por eso se levantó un día sin acordarse nunca más de su familia al descubrir a la tan llamada Revolución. Y limpió las aceras de las calles, sembró árboles gigantescos en la misma calle central del pueblo.  Abrió una zanja donde no debía, pero la abrió.  Y la que cerró era la que tenía que estar abierta. Le puso letreros de colores de índole políticos a todas las piedras que encontró a su paso.  Y en la entrada del poblado no le puso el letrero con su nombre.  Tenía miedo de que supieran el nombre de su pueblo.  Era tan fatal.

Así y todo comenzó a ganar prestigio y se ganó una bicicleta en el gobierno.  Daba pedales todo el sagrado día y anotaba hasta el último desperdicio que le decía la población.  Las quejas las colocaba de atrás para alante en la libreta, pero cuando adquirió la agenda diplomática las escribía de alante para atrás, para de esta forma darle más caché a sus asuntos políticos.

Se le olvidó todas las semanas del mes que tenía que lavar, planchar, limpiar y cocinar… Entonces los hijos comenzaron también a escribir.  Pero lo hacían contra aquellas paredes viejas, sucias y carcomidas de su casa. "Mi mamá es una puta revolucionaria", "Mami la comunista", "Mamá es chivata".  Así fue como la casa se le convirtió en el mural más gigante y también más sagrado del pueblo.  Pues nunca permitió que lo borraran ni siquiera con una lechada.  Decía que ese sí era su verdadero historial revolucionario.

Pedaleó para acá, pedaleó para allá porque decía que con ella había que contar para todo en el pueblo.  Parecía un fleje encima de aquella ya destartalada bicicleta vietnamita.  Hasta que un día –sin ella ni esperarlo- la invitaron al gobierno municipal, y regresó ese mismo día en un auto nuevo. Y con un chófer nuevo también. Fue así que desde ese día comenzó a engordar.  A no verse más por todo el pueblo y a visitar solo lugares de interés, como ella los llamaba, por su puesto.

Hoteles, campismos, empresas, restaurantes fueron su próximo acometido.  Entonces no se habló más de Carmencita.  Ya no se conversó más con ella de si la zanja esto o la zanja aquello, de si el basurero tal o el basurero más cuál… Porque a Carmencita no le quedó otra alternativa que ser la mayor dirigente.  La que se sentía obligada a atender solamente a los dioses políticos del nuevo olimpo, para ella. Por su puesto.

Y aprendió a manejar su auto.  A comer comidas finas en los restaurantes de lujo a los cuales se veía obligada a estar. Y no recordó nunca más ni al último refrán o aforismo que le escribían sus hijos, ni al color que tenía el marido sobre el pantalón.  Porque Carmencita sí se hizo comunista.  Pero de las buenas, de esas que ya no abundan… De esas que ya no existen… De las que ahora verdaderamente practican la ideología y las leyes del turismo revolucionario cubano.

 

Mayo 2012. Cuba.

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