DE MI LIBRO "NIDOS DE CIGUEÑAS"

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Coloca la cámara en el trípode. La inclina buscando que su lente caiga perpendicularmente sobre el cuerpo. Busca el espacio, el aliento. Se desahoga exhalando peligro por sus poros. La música y su escenografía.  Se desnuda mirando con desenfado y malicia hacia la cámara. Baila ondulando sus caderas, se enlaza los senos con las manos. Hace un alto.  Suspira. Conversa con su cuerpo, se lo acaricia.  Saca la lengua y la suaviza sobre sus labios. Danza nuevamente muy suave con las manos entretejiendo el monte de Venus. Jadea. Los ojos viscosos, los senos erectos.  Especula.  Crea mitos.

Con gesto gatuno se sienta sobre una banqueta y abre las piernas desmesuradamente. La cámara sigue todos sus movimientos, como con obligada condición. Logra el real objetivo. Las piernas quedan abiertas. Enciende un tabaco y exhala el humo, lo dispara hacia la cámara.

Retadora, pega su encendido tabaco al bajo vientre. Grita. Convulsiona. Se repliega.  Luego aproxima una vez más el tabaco. Abre con la yema de los dedos la vaina húmeda. Coloca adentro, bien adentro la porción seca del tabaco.  Pulsa el vientre, se lo aprieta. Y un modelo platónico se dibuja en la cámara. El humo del tabaco sobresale como una erección entre sus muslos.

Echa hacia atrás su cuerpo. Se agita, convulsiona. Vuelve a pasar la lengua por la comisura sedienta de sus labios. Gime. Se examina con caricias sus pezones. No se reprime. Hace que su cuerpo gire y friccione movimientos con el tabaco, que bien dentro se conserva responsable de su acto.

Se mira, sonrojada. Sin vacilación su lengua alcanza la psicosis que expulsan sus pezones. Saliva, gimoteos.

Recoge una cadena y la frota. Se envuelve en ella, como acariciándola. Introduce cada pezón en los eslabones de la cadena.  Sobresalto. Deliro.

El poder, la posesión y la cámara. La duda placentera, el deseo, el refugio.  Avanza por primera vez, ofreciéndose. Cede parte de su delirio.  No valora el carácter imprudente y erótico del lente.  Es capaz. Paso a paso, sin locuras hacia la locura. Apta para ensimismarse. No se permite descanso. El resultado no puede ser más que representación de un delirio.

La cámara y su eterno retorno. Madre doblemente nacida. Debatiéndose en el misterio. Ansia de las cosas vistas.

Para excederse en su triunfo, desciende y se adhiere a las entrepiernas cínicas que la seducen. Manera ociosa de mentir. Pujanza que inspira más viva que la vida misma. Ofuscación acompañada de melancolía. Desbordamiento. Hambruna. Avanza. Se puebla de visiones.  De olores.

Cruza la cavidad del humo del tabaco. Moldea la medida de la cadena.  Estructura la lengua sublevada. Abarca la raza del monte. Eclipsa el seno. La cámara separada. Ahora próxima. Con un solo propósito: redondear su ser.

Con seducción separa: ombligo, senos, pubis… Concluye esclava, hereje.  Cónyuge sin control.

Desprende la cadena de su cuerpo y ata con fuerza la cámara en su vientre. Una lengua lame el ojo que escribe sobre su ombligo: perjurio. Las manos revolotean imponiendo transformación, intercambio. Riesgo.

Entre razón y sinrazón, dos cuerpos se agitan, se afectan. Se apasionan. Y obsesionados como nunca se empañan con el acople.

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