LOS HUEVOS DE BRASIL NO SON ASÍ

 

CUANDO BAILA LA CIGUEÑA.

 

 

Para que tú sepas que eres un huevo y yo la carne tenemos que tomar una decisión.  Una decisión que no marchite a nadie.  Ni obligue a nadie a nada absolutista.

 

Pero la diferencia ya está hecha hace ya miles y milenios de años y siglos.  El huevo es blanco y la carne es  mestiza.  Esto nada ni nadie debe tomarlo como una travesura.  Aquí no estamos haciendo nada de tratamiento dietético ni de ejercicios que le devuelvan las fuerzas a uno.  Aquí es lo mismo que decir que casi todos los seres humanos dormimos o por lo menos necesitamos dormir ocho horas.

 

Digamos que estamos entablando un dialogo quizás en busca de algún apoyo psicológico para evitar traumas diversos, trastornos nerviosos o depresiones de las nuevas, de las más modernas.  Esas que conoce medio París pero que tú y yo no conocemos.  No porque seamos huevo y carne, es porque nuestros casos son como el insecto hembra que devora al macho mientras hacen el amor.  Todo lo nuestro termina en un restaurante,  horrible algunas veces.  Allí no hay whisky malteado y están prohibidas las carnes fritas… Son necesarias las herviduras.  Es menester obligatorio del restaurant mantener la salud del cliente.  Las grasas son directos acongojamientos del alma.  Ya lo aprobó el minsap cuando empezamos con  este dilema de que tú eres un huevo y yo la carne. De la manera más natural del mundo entabló contigo y conmigo un decreto que hubo que firmar hace no sé ni cuantos años y que todavía perdura en dicho restaurant.  No sé si lo recordarás.  Yo firmé el contrato temporal.  Tu no, tú tuviste que hacerlo permanente.

 

Después de aquello se sintió tanto silencio que la noche en que te bajaron de aquel edificio maloliente donde había calabozos con olor a excremento de ti quedaba muy poco.  Fingías oponiéndote a todo lo que te gritaban los que estaban detrás de las rejas.  Pero lo fingías tan bien que tuvieron que buscarme a un traductor para que yo entendiera aquella voz delgadita, vacilante y chillona que escuchaba de tu ya poca vida.

 

Para mí fue muy penoso ver como fingías con la más absoluta naturalidad, como si nada extraordinario estuviera pasándote en esos momentos.  Pero cuando ya te quedaste a solas conmigo te empecinaste en tocarme el tema una y otra vez, pero yo cerré la puerta despacio. Lo más despacio que pude porque esos semimonólogos tuyos me dejan siempre abriendo demasiado la boca.  Y esto me puede acarrear que interpreten mal a mi traductor y lo pongan de patitas en la calle en menos de un segundo.

 

Y me quedé en casa muy preocupada pero muy preocupada  porque al día siguiente tenía que ser una torta que tuviera mucha crema, y sobre todo que impresionara a los visitantes lo más que pudiera.  La suerte fue que todo lo que había improvisado me quedó perfecto.  Los extranjeros salieron hablando un idioma que ni el mismo traductor que siempre me acompaña dio con la traducción. El resto ya te lo imaginarás, mucho dinero y muy buena bebida con su debida gozadera.

 

Después salí como alma que lleva el diablo de la esquina donde me dejaron porque estaban unos de los que les dicen maleantes dispuestos a llevarme a no sé qué lugar para hacer unas entregas secretas, y esa sí que ni fraguada para mí, en mi propio destino, yo la acepto.  Soy muy carne para eso. 

 

Con la excitación que agarré hasta me olvidé llamarte para ver cómo habías salido tú en el kiosco adonde te llevaron los muchachos del barrio.  Yo tuve miedo de que esa mezcla con dieta de verdura no la aceptaran y te mataran a palazo limpio.  Tú sabes como es el barrio ese.  Ya te acordarás de aquella sorprendida que te dieron por tal de ganarte unos kilitos que ni la cuenta te dio para empalagar al otro fulano que vive en la otra esquina que se come tu huevo y eruta langosta.  Bicho ese que detesto desde que le vi ese color y esas arañas en las patas.  Ay, que ruin la siento.  Y qué mezquina.  Siempre muda.  Siempre de niña mala.  Ni que no se acordara del día que compartimos la mesa de aquella valía intelectual que nos visitó y que después ni nos enteramos,  pero que no entró nunca más a nuestras vidas.  Dicen que se fue bravo pero muy bravo.  No sería que no le gustó la onda nuestra en la literatura.

 

Bueno, ponte la mano sobre el cuerpo y no dejes que te aplasten en cualquier lugar.  Tienes que cuidarte mucho aunque seas blanco y yo mestiza.  Recuerda que tú eres de los que viven de pie y eres el santo patrono de mis bajas temporadas,  y la de algunos otros que llevándose una mano a la boca evita tu olor a dueño absoluta de nuestras casas.

 

 Y ya me voy porque ya dieron  la señal de colocarse los audífonos para  el cambio del idioma.

 

 

 

Julio 2011

 

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