EN UN PUEBLO LLAMADO RANCHO VELOZ, CUBA

TRAS LA CRUZADA DEL LOCO.

                                                             A la familia Medero Garduño,

                                                             voz y credo de mi  esperanza.

                                                              A la memoria de mi   padre.                             

 

 

María Illeana estuvo durante cuarenta y ocho horas en éxtasis frente al espejo.  En sus meditaciones siempre estaba presente el deseo de descifrar su enigma.  Y aunque meditaba permanentemente jamás había logrado descubrir nada.  Las meditaciones le calmaban el apetito voraz de sus inquietudes, pero la calma era temporal.

Al levantarse de su posición de relajamiento las ideas le punzaban nuevamente el cuerpo, y una vez más venía a su mente el deseo del descubrimiento.

Al abrir sus ojos frente al espejo, éste le devolvía una imagen de mujer renovada.  Dispuesta a respirar profundo sin lamentación alguna.  Apoyaba su mano ligeramente en el cuello y con aparente sonrisa exclamaba, estoy dispuesta a cambiar.

Pero aquel balbuceo aún no tenía el ritmo necesario para despertarla de su frenesí.

Sus ojos siempre estaban detenidos, como si estuvieran intactos en la vida.  Ricky y Fabricio comenzaron a sospechar que su madre estaba en una situación importante.  Y decidieron no darle complicaciones para que la llama del espíritu no se le extinguiera.  Aún así María Ileana seguía introducida en un mundo de constantes preguntas sin respuestas.  Ausente de lo real.

Sus delicadas manos se posaban sobre su plexo solar.  Indicando con esto que Fabricio y Ricky debían estar distantes para cuando ocurriera lo que ella llamaba su descubrimiento natural en la madre tierra.

Tanto Fabricio como Ricky no veían ningún acontecimiento nuevo en el alma de su madre.  Pero no se disgustaban por ello, pues también se habían acostumbrado a esperar el fenómeno del descubrimiento.  Y decidieron entretenerse en el estudio del ajedrez.  Esperaban un posible desenlace.

                           II

Cuando estoy agotada, con la mirada infértil, me siento debajo del naranjo del patio.  Primero busco la explicación de mi agotamiento sin exasperarme.  Hago un balance de flores nacidas y hojas secas en el suelo.  Después borro los errores cometidos con una ceremonia.  Apoyo mi mano derecha fuertemente sobre mi ombligo y grito bien fuerte.  No importa que los demás me escuchen, seguro que ellos también tienen su ceremonia de despegue.

Cierro los ojos e imagino que una esfera brillosa sale de mi cabeza y gira a gran velocidad alrededor de mi cuerpo.  Algo que desconozco comienza a sedarme.  Una paz se siente ante mis ojos y cuando noto que mi mirada se ha endulzado abro los ojos poco a poco.  Esta es la parte de mi ceremonia más libre, a medida que mis pestañas se abren una silueta de mujer se presenta ante mi.  No habla, nunca habla, sólo se limita a observarme.  En sus ojos hay un instinto curativo, una ley feliz que me aquieta.  Comienzo entonces a sentir vergüenza y bajo los párpados, no por temor, es por una fuerza desconocida.  Algo que es tan puro que tiendo a imitar la soñolencia, y digo tiendo porque es una condición obligada.

La mujer no tiene aspecto diabólico, más bien su aspecto es angelical.  A tal extremo es su presencia angelical que muchas flores nacen debajo del naranjo cuando ella se presenta.  Puedo asegurar que cada vez que llega viene a socorrerme, entonces mi ceremonia se convierte en una religión.  Las mismas razones que necesito para arrancarme el agotamiento ella las trae, resucitando con ello mi deseo de ser pacífica.  En lo que se refiere a su ascendencia puedo decir que la desconozco, pero compensando mi observación diría que es ilustre.

 

                                III

 

¡El pueblo está maldijo! ¡El pueblo está maldijo!  La voz oscura y potente de Tupy el loco se deja escuchar por las calles.  Una colmena de chiquillos lo acompaña con gritos y algarabías.  Mi mirada siempre se estremece cuando lo ve, es algo incontrolable, algo que quisiera arrancarme porque es miedo y el miedo es decadencia y enfermedad. 

Pero en el fondo de mi alma sé que no es tanto miedo como concordancia.  Porque Tupy el loco dice la verdad cuando grita, y yo estoy muy de acuerdo en que este pueblo está maldito. Lo que sucede es que nunca me he atrevido a decir lo que siento, ni mucho menos las premoniciones que me acribillan la mente cuando paseo mis ojos sobre las calles oscuras y húmedas de este pueblo, que se estremece a cada momento por sus nuevas tragedias.  Tragedias que son malignas y que penetran los troncos de los árboles para hacerlos caer sin vientos y sin lluvias.

Tupy sale los viernes con su guayabera blanca cernida de huecos.  Los muchachos le caen detrás con toque de latas como si fueran a una procesión que busca el nuevo anuncio del maleficio.  Y no demora tres horas después de su salida para que un árbol se derrumbe y se incendie media cuadra de casas en el pueblo.

Al principio la policía lo capturaba, esto era sin resultado, porque en la celda Tupy el loco pronosticaba.  Y mientras que sus gritos      de: el pueblo está maldijo, seguían en aumento, otra y otra desgracia ocurría, hasta que por fin se decidió no capturarlo más.

Tupy nunca fue loco, sólo era un hombre curioso, observador.  Pero desapareció del pueblo una noche en que un circo traía la actuación de una mujer culebra.  Se enroló con los de la carpa para saborear más cerca a la mujer que reptaba por encima de las gradas y las lonas del circo.

Durante muchos meses no se habló más que de aquella desaparición.  Y se contaron horrores sobre Tupy y la mujer culebra.  Que lo había mordido y se desangraba sin auxilio de nadie; que sus órganos genitales colgaban en la puerta de un carromato; y sobre todas las cosas que la mujer culebra era una gitana hechizada por un negro africano.

Y no fue hasta un año después de su desaparición que Tupy regresó al pueblo, pero no era el mismo que se había marchado.  Ahora conversaba mucho y sin parar, pero su conversación no fluía, eran sólo palabras inconexas.

Ahora después que la ultima casa de la cuadra fue apagada lo siento tan cerca que me estremezco.  Quiero mirarlo , siempre he deseado mirarlo así de cerca, pero mis ojos tiemblan.  Tupy el loco es mi enigma, es mi deseo de abrirme paso hacia el misterio de lo divino.

Me mira, me siente, y está por asesinarme.  Sin discreción y con la mayor destreza del mundo arrastra mis sentimientos hacia su desconfianza, olfatea mi existencia y queda mudo por un segundo.  Con un cinismo desmedido coloca su boca en mi oído y me susurra: ¡este pueblo está maldijo!

Soy su instrumento.  Su único objetivo es que yo sepa que él es mi enigma, mi prenda perdida en el universo.  Ningún poder lo iguala.  Su pujanza hace que yo pierda la capacidad del sentido y caiga en un torbellino obligado que me atosiga hasta lograr brutales pensamientos. 

Su significado es mortífero, dirige su ímpetu a mis ojos y quedo elevada a una dimensión que desconozco.  Una dimensión repleta de mujeres en éxtasis que solo percibe el movimiento en espiral de una serpiente.  Es el desorden lo que lo inspira, y en su mente me asesina, aproximándome a una división donde mi espíritu queda multiplicado ante una mujer de poderío.  Sólo desde mi yo superado puedo ver y sentir a la mujer propensa a resucitar el maravilloso paralelismo de estar transformada yo también en otro cuerpo y en otra alma.

Estoy asesinada y sigo sin mucho esfuerzo la mirada de Tupy  detenida en mis ojos.  Estoy con un cuerpo y un alma formando un eclipse.  Estoy cara a cara frente al equilibrio de mi interior.  Estoy decretada a dejarme desgarrar por obsesión.  Y precisamente esta es la causa: estoy, estoy... pero no por efecto, sino por equivalencia.

Ahora Tupy es mi directriz interna, la alineación de mi repertorio individual.  Los puños agrandados, los dedos desiguales y mi muerte.  Una muerte de emergencia, que nace de una provocación donde todo se deforma, para que yo pueda adentrarme en una dimensión libre, para que yo pueda conocer la verdadera mujer convertida en volcán.

Sin perder el control, sin decir tan siquiera, yo he muerto; Tupy se extiende dentro de mi alma y me demuestra su tentación, su cristianismo con culpa.  Su culpa que se suma a mi cuerpo, una culpa capaz de sojuzgar y excederse para que yo no contemple las flores del naranjo del patio y sí medite mis recelos y mis temores en un lugar desconocido y delante de una mujer enraizada.

 

                           

 

IV

El tablero de ajedrez comenzó a moverse ligeramente y las piezas fueron cayendo al piso.  Los ojos de Fabricio estaban embelesados mirando al loco que estaba en la ventana.  Ricky quiso alejarlo como su madre le había enseñado, ofreciéndole el bien y no gritos ni maldades; pero el loco no se separaba de la ventana y con el dedo índice hacia señas para la habitación de María Ileana, que en silencio se mantenía cerrada.  Los ojos del loco iban del patio a la casa y viceversa.  En un momento comenzó a frotarse las manos una contra otra y a emitir gritos por lo bajo, como si temiera despertar a alguien.  Los gritos comenzaron a elevar su tono y ya se oía claramente: ¡la casa está  maldija! ¡la casa está maldija!

Fabricio dejó de mirar fijamente al loco y se escondió debajo de la mesa, que aunque temblaba era una buena cobija para no verlo.  Ricky  esperaba para ver si se iba sin tener necesidad de echarlo; pero el loco brincó por la ventana y se acurrucó junto a Fabricio debajo de la mesa cantando muy por lo bajo:¡la casa está maldija! ¡la casa está maldija!...

Desde mi posición puedo ver a  Tupy el loco, y no logro correr, quiero quitarme estas manchas de tierra que ahora tiene mi cuerpo, pero es algo quemado que no logro eliminar.  Fabricio y Ricky están más asustados que yo, se abrazan debajo de la mesa mientras Tupy une las cuentas de un collar rosado sin dejar de cantar su estribillo.

El silencio sigue detenido, como si estuviera convicto dentro de las paredes.  Tupy el loco trata de desenmascarar el enigma de María Ileana y se alza derecho a su conquista.  Cuando mi cuerpo se adapta a la sombra lanzo un alarido pensando engañar a Tupy desde la posición en que estoy.  Pero el loco no vaciló  ni un segundo, y como si sus derechos fueran concedidos sus pasos se encaminaron hacia el cuarto de María Ileana.

Ya cuando su mano empuñó el picaporte un estallido muy fuerte hizo detonación dentro del cuarto, y todo quedó transparente: las paredes, las puertas, las cortinas... Tras la transparencia un humo rosado comenzó a salir del cuarto. 

Yo deseaba en ese momento eliminar las manchas quemadas de mi cuerpo y salir de una vez por todas de aquella fuente de magia, pero el delirio del espíritu de mi padre enunciaba su religión.  Entonces en ese momento mostré mi verdadero deseo: estar debajo del naranjo del patio.

Acuclillarme allí, y gritar con mi mano apoyada en el ombligo, para después encontrarme en la dimensión de la mujer curativa, y saber que me socorre de este miedo que ahora tengo porque Tupy el loco ha desaparecido, y solo está la seducción del espíritu de mi padre rondando mis palabras y mis deseos.

Pero estoy a la deriva, sin identificarme, como si la infinidad hubiera llegado con la transparencia del humo rosado.  La desconfianza me cierra la boca y no puedo gritar por Fabricio y por Ricky para que salven a su madre de la resonancia espiritual que hay en la casa.

Y ahora veo mejor que nunca a mi padre recortando sus homéricas alas para ponerlas sobre el cuerpo desnudo de María Ileana, que aún sigue en su posición de éxtasis, como si los cristales de los espejos no le hubieran herido sus brazos y sus piernas, como si el humo rosado no saliera por su boca, como si la infinidad de su espíritu no estuviera en sus pensamientos.

Y es inaudito que no encuentre a Tupy el loco, pero en toda la casa no está .  Es como si hubiera salido de la vida junto a la cortina de humo que se desprende por las ventanas y las puertas.  Mi padre me hace señales para que haga silencio y olvide a Tupy, entonces quedo taciturna, observando sus movimientos y sus gestiones para atraer a María Ileana a la vivencia de la casa.  Las manos de mi padre palpan con delicadeza el plexo solar de María Ileana y reza unas oraciones desconocidas. 

Ella se estremece varias veces y vuelve a caer en el vacío.

Ricky y Fabricio observan desde lejos con el collar rosado entre sus manos.  Creen guarecer a su madre con sus cuentas.  Miran al espíritu de mi padre y se sienten cobijados, como si en ese momento no hubiera peligro alguno para ellos ni para su madre.

Yo sigo con el ansia de correr, de arrancarme del cuerpo todas las marcas de tierra, pero no lo logro.  Por mucho que me esfuerzo siguen profundas como si estuvieran despiertas sobre mis poros.  Le he gritado a mi padre pidiendo su socorro, pero está en éxtasis, dormido profundamente con sus manos apoyadas en los pies de María Ileana .  Y aquí donde me encuentro he comenzado a probar el sentimiento de la soledad.  La melancolía es mi única periferia.  Si lograran sacarme de este encierro donde Tupy me ha dejado, pero mi padre demora sus rezos y meditaciones sobre el cuerpo de María Ileana.

                              

                                V

Ernesto se queda indeciso ante el humo rosado, observa cuidadosamente todo en la casa.  Cuando sus ojos tropiezan con el cuerpo desnudo y desmadejado de su hermana se siente desfallecer, pero el espíritu de mi padre le coloca fragancia de sándalo en sus tobillos y rápidamente se restablece.

Ahora Ernesto hace lo mismo que mi padre.  Se sienta frente a María Ileana y logrando un plano superior alcanza su espíritu.  Los dos se observan, y se comunican algo que no logro entender, pero que tiene que ver con la faceta de estadía de Ernesto , pues éste ha quedado en una quietud que indica que toda decisión es cierta.

Me incorporo, pero siento la ausencia de mi cuerpo.  Un gemido se asoma a mi boca y lanzo mi desacierto sobre el deseo profundo de Ernesto.  Lo veo como se palpa los dedos en una gracia viviente, y con una actitud armoniosa vuelve sus ojos hasta donde estoy.  Quizás mi dolor lo despierte de su sueño, pero estoy de huésped del silencio, y esto es un signo sombrío; algo que aún él desconoce.

Como si Venus se encendiera María Ileana comienza a abrir los ojos.  Un aura de vagos paisajes se dibuja en sus pupilas.  Sus labios, ahora húmedos, balbucean inquietas palabras, como si la voz descargara los rigores de algún encuentro.  La escena es un acto de piedad.

Ricky y Fabricio dejan su escondite y se lanzan a los brazos de su madre, que aún con soñolencia los recibe, colocando sus brazos extendidos, como si pidiera con este gesto el perdón por su partida.

Como un ojo de fuego y a la vez en calma el espíritu de mi padre y el de Ernesto relampaguean, dejando en la penumbra de la casa unos diminutos rayos furtivos encadenados a mis ojos. 

Ahora todo es oscuro, como si me hubieran depositado en una urna bendita, donde los encantos celestiales eliminan las manchas de tierra de mi cuerpo.  Siento que voy descendiendo y que una claridad inmensa hiere mi retina.  Poco a poco voy acostumbrándome.

Escucho un silbido muy fuerte escapando del sendero donde estoy, tras el silbido unos labios suspiran.

A su despertar estoy unida.  Una voz promueve y logra mi regreso.  Las palabras se nos aglomeran, y María Ileana extiende sus manos hasta mis manos en busca de la ternura que le falta para descubrir el enigma.

 

 

 

 

 

 

ESCRITORA, IDANIA  BACALLAO ITURRIA

CUBA. 2013

 

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