PREMIO EN MI LIBRO "LA HIJA DEL AGUA"

 

 

BASTARDO PARA MI GUSTO.

                                            ¿Qué dices, qué eres, qué aguardas?...

                                                             - Roberto Friol -

Huelo el recinto.  Un silencio penetra mi cuerpo.  Alzo la vista.  M está dentro de su caja de vidrio.  Sus ojos hierven.  El frío del aire acondicionado se cuela como un demonio dentro    de mis poros. 

El custodio me observa, es el único que tiene su pistola en el lado izquierdo del cuerpo.  Los demás tienen sus armas en los ojos.  Me desnudan. 

M expulsa flores encima de mi boina.  M está enamorada de la boina.  Yo estoy enamorada de sus senos.  No pienso canjear.  Ella quizás tampoco piensa canjear.

Camino sobre las losas pulidas del recinto, y mi éter se confunde con las armas.  Todas están dispuestas, reservadas para cambiarle el color a mi boina.  M está a la expectativa.  Quizás lucha.  Una lucha con el cuentamonedas que tiene sobre el mostrador de su caja de vidrio.  El cuentamonedas la repudia.  Necesita mantenerse estable.  M no lo logra.  Sus nervios danzan.

Detengo los pasos.  La caja de vidrio me espera.  M cierra su escotilla con la espalda del cuentamonedas.   Toca sus labios con la punta de los dedos.  Se mira en los cristales.  Me mira a través de ellos.  Estoy fría.

Para mi tranquilidad Maríanela está conmigo.  Y cuando ella está siento que mi cuerpo se guarece.  Que no hay quien queme entrañas sobre él.  Está y lo ve.  Porque ella ve mucho más que las paredes, que las losas pulidas que nos sostienen.  Y cuando ve se encierra y agita las pestañas, quizás buscando que desaparezca mi éter.  Este éter que es un instrumento espiritual.  Algo que ni yo misma sé explotar, pero que explota, que sale como una religión.  Entonces mi frialdad comienza a ceder, y se me hace el espacio más pequeño y hasta más caliente, porque ella está.  Y cuando está su signo de fuego también explota.  Entonces me aglomero y dejo a un lado las armas y las epidemias de la visión.

Y hasta la mirada de M se pierde, se esconde, porque se siente azotada, sin lumbre para renacer.  Como si estuviera fuera de su caja de vidrio y no encontrara sus zapatos, ni  encontrara sus calles.  Porque Maríanela la ve.  Y lo ve todo con tanta candidez que M se dispersa, se ahuyenta de mi boina.  Y habla, y gesticula del nuevo peinado de la moda, de los esfuerzos del tiempo, de sus exigentes reglamentos.  Pero Maríanela sabe que M se castiga si no mira mi boina, y sus dominios van más allá de la palabra y le guarda el mayor silencio para que M descargue y se descargue.

Entonces me siento un algo exclusivo.  Mucho más cuando el custodio con su pistola al lado izquierdo del cuerpo se deja acariciar su barbilla.  Y como un herrero que a golpe de horno forma su pieza yo formo su consuelo.  Un consuelo un poco bastardo para mis gustos, pero que merece, porque también permite que mis caderas le acaricien la culata a su pistola.  Y la siento fuerte, viril, con una obediencia femenina que me asusta, pues la he comparado con una mujer bisexual; iniciando sus cruzadas en cualquier sexo.  Como si lo segundo fuera mejor que lo primero, o lo primero fuera más rico que lo segundo.

Nunca he podido ver los labios de Maríanela, ni los senos de Maríanela, ni los ojos de Maríanela  como veo los anuncios del cuerpo de M.  Será porque no existen, porque no están.  O porque ella es simplemente mi Muriel.  Ese ángel velador que me guarda a toda hora.  Y aunque yo conozca que Maríanela vive perdida dentro de mis boinas, mis sombreros, mis encantos; jamás he podido canjear todas estas cosas mías por sus senos.

Digo que no puedo, porque simplemente ella es también la muchacha de Carlos Varela.  Esa triste muchacha que se rayó su cuerpo con un tatuaje de amor porque no le dejaron sitio.

Y Varela no es de los que se confunde ni huele mi éter para saber por dónde anda mi osadía.  El conoce, quizás más que nadie, que soy del Muro de los Lamentos, y que es allí donde escribo mis grafitis.  Además, Varela también quiere pintar para sentir su alma, y esto es algo.  Algo que él y yo solo conocemos.  Es su monumento a los grafitis.

Ahora Varela no está ante la caja de vidrio de M.  Ni escucha la santa rebeldía de ésta porque Maríanela está a mi lado.  Pero me hubiera gustado que se presentara con sus mejillas de loco armónico y su felicidad cristiana para que sin cautela le hiciera, en mi nombre, un guiño a la falda de M.  Esa falda que de repente se ha convertido en una catedral que no permite otra conquista que la mía.  Pero yo no puedo decirle.  Yo no puedo hacerle, porque todos tienen sus armas en los ojos y esto me aterra.

A tal extremo es el terror que a Maríanela  la convertimos en ese medio de sendero entre dos extremos.  Y ella lo sabe porque lo ve.  Como ve que M es una luz que se opaca cuando estoy con alguien.  Aunque ese alguien sea la medida exacta de mi propia luz, de mi propio amor.  Pero M no lo conoce, como tampoco conoce por las tantas y tantas pieles que Maríanela y yo hemos atravesado para agrietar la nostalgia.

Esto solo lo conoce mi buen amigo Varela, que con su cuadrilla de perros se ha marchado, para dejarnos con unos tatuajes santos en los tobillos y unas viejas volantas para su espera.

Y ya Maríanela está cansada.  Porque ve que está en el medio.  En el medio del vidrio, en el medio de las losas pulidas,.  En el medio mío sin el medio de ella.  Y enfila sus ojos hasta los míos para calmarme.

 

Así me deja llevar los viejos pergaminos que tiene M exhibiendo en su caja de vidrio para que me sosiegue y mi cuerpo vuelva a sumirse en la paz de otro tipo de silencio.  Pero yo no me quiero marchar.  Yo no quiero salir de esa acuarela de vidrio donde M se aquieta, porque sus ojos dicen más que los rumores de la banqueta donde se sienta.  Y me hago la mansa, la que encarna la divina providencia para así estudiar a cuantos pasos me queda el custodio con su pistola al lado izquierdo del cuerpo.  Ya Maríanela me ha comprendido y se embriaga dentro de mi mansedumbre,  pero jamás sospecha que mis ojos ya no están sobre la caja de vidrio de M, y sí sobre la pistola.

Sé que he embriagado al custodio con esta inmensa cantidad de éter que revoluciona mi espíritu.  Y lo curioso es que él también ha olvidado su arma al lado izquierdo del cuerpo, y se mezcla con el color de mi boina.  No sé si por mis espejismos o porque también M se ha aliado a mi campo de sensibilidad.  En este caso Maríanela diría que se queda con las segundas partes, aunque no sean buenas, pero que sin ser buenas sirven para sacudir la crisis de insulso que repleta al recinto.  Pero Maríanela esta vez no ve, no escucha.

Estudio la profundidad a la que tengo sometida al custodio.  Me separo de la caja de vidrio de M.  Maríanela recupera sus sentidos leyendo un poco alejada los pergaminos que abundan en el recinto.  Ella está totalmente ausente del paraíso que nos envuelve.

Busco la salida de este laberinto acariciando suavemente la barbilla del custodio.  El jamás puede creer en escamoteos, ni en malos sueños cuando estas dos manos, con una maternal fragancia, lo acarician haciendo que olvide hasta el lugar donde está.  Lo curioso es que M es la única que siente mi percepción animal y se agazapa detrás del cuentamonedas.

Tranquilo y como un inocente más el custodio siente una serenidad de seda que lo deslumbra.  No sabe que puede ser sobornado.  No sabe que lo amargo y lo inconstante le puede llegar con mis manos.  Y su perfume es el de una muchacha que se evade con su amante.  Y su pistola al lado izquierdo del cuerpo es mi boina.  Pero no en la cabeza, sino entre mis manos.  Sin dolencia, sin tumulto.  Solo mía en el hueco de mi mano.  Sin que nadie medie, como si la presencia de todos estuviera soterrada para siempre en el recinto.

No hay caricia más suave que la culata de esta pistola.  Y es porque la siento como uno de los senos de M, que encontrándose desprotegido se guarece entre mis manos.  O porque es la misma M que se ha salido de su miedo solidario para llamarme fiel, para plegar sus labios a mi acto de crucifixión.

Ahora nadie me ve.  Nadie está atento.  Soy insobornable con la pistola y la boina.  Soy la desnudez de todos, soñando con otro sitio, con otros horizontes donde no medien los vidrios.  Donde sólo M esté.

El oído silba.  Los labios pronuncian.  El aire frío perfuma.  La pistola anuncia.  Mi boina en los ojos taciturnos de M.  Resolviendo mi último intento de esperanza.  El custodio con la promesa de la semilla seminal en los labios.  Los demás ausentes.  Habituados así a la sombra.

La pistola deja su anuncio y se alza.  Maríanela desconcha las esquinas de un pergamino.  No escucha.  No ve.  La sabiduría dentro de mi cabeza desnuda.  Mi boina en el oscuro cañón de la pistola.  Escudriñando su muerte, asumiendo los secretos de Varela, soplando los comentarios de los demás.  La tierra sin sus losas pulidas.  Y M protegiéndose con rezos.  Sin vidrio, sin cuentamonedas.  Sola.  Muy sola, y con mi boina herida dentro de sus senos...

 

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