UN, DOS, TRES... CON AGUA SOBRE EL TAPETE

 

 

 

SAN PADRE.

 

                                                                  A mi hermano Abel…

 

Si acabo de matar a mi hermano no ha sido por celos, ni por rabia.  Ha sido por animal prehistórico.  Ahora lo llevo a las márgenes del río, al aflujo de oscurantismos, a los tributos.

Como ya no puedo cambiar esta decisión, sus órganos son vagabundos sonámbulos de mis locuras.  Probando, con esto, que soy una fanática de patrimonios sin leyes.

Lo acabo de matar y lo hice en condiciones decentes.  Le permití apartar sus auténticas falsificaciones de las mías.

No me han pagado remuneración alguna por ello.  Aquí no hay leyes aplicadas.  Aquí no hay gobierno.  Solo yo complico, digo y hago.  Sus respetables relaciones se han quejado, pero no conocen verdaderamente nuestras aflicciones.

Lo mato recordándole intensamente porqué lo hago.  No le he mentido en absoluto.  Después de muerto sus ojos me miran, pero ahora son más pacíficos.  No cuentan la orgía de su vida, ni el llanto feminista de sus innumerables mujeres.  Quizás porque después de muerto se ha familiarizado más con los míos y trata de preguntarme, de esta manera, si valía la pena ser un parco prehistórico.

Ya más cerca del río cierra los ojos por completo, temiendo que Ochún lo nombre padre sagrado.  Pero sus piernas son una estafa, pues demuestran que no está muerto, que sigue siendo el heredero de todos los tatuajes que tengo en mi cuerpo.

Todas sus mujeres lo esperan desnudas junto a la ribera del río  Se han bañado con miel, y ruegan ante el famélico glande que decrece, quizás por vergüenza de morir sin querer morir, con una cama echada encima.  A mi me miran con rabia.  Quieren canjear todos sus senos dibujados con miel por el orgulloso protagonista de sus tantas orgías.  No las miro y sigo como una asesina, encantando al muerto para que no se muera de tanta mentira.

No les explico el pretexto que tengo para llevar a mi hermano a la ribera del río.

Gracias a la santidad de los domingos la escena se hace más apetitosa.  Grito sin escrúpulo y las mujeres caen en la trampa.  Todas lloran, los ojos se les convierten en exóticos bichos que se arrastran, las bocas son madrigueras de arrugas.  Una de las mujeres sale retorciéndose del grupo y aprieta uno de sus pezones contra la boca de mi hermano.  Siento que éste contorsiona, y grita por lo bajo como un demonio: hay que matarlas de fobia por putas.  Unas contra otra se entretienen arrancándose las pestañas, y se siente una pestilencia que no se logra descifrar.

Con mano torpe, porque ya estoy nerviosa, quito la felpa que anuda el pelo de mi hermano.  Su pelo suelto es el nuevo pirata de la acción.  Sus mujeres se muerden las orejas unas a las otras, y yo sigo muy nerviosa, pero con la misma curiosidad de averiguar qué es la pestilencia.

Desde un rincón de la arboleda suena una melodía fuerte.  Mientras que una banda de color azul comienza a flotar buscando una brecha entre las mujeres.  Para más tarde detenerse detrás de ellas.  En ese momento soñé con el pan nuestro de cada día, con un domingo de ramos, con las pascuas de diciembre.  Realmente el lugar ya resultaba apetitoso, pero el miedo me salía hasta por los poros.

Y comencé a zarandear a mi hermano para que despertara de aquella simple droga que le había dado para llevarlo a una ultratumba que solo nosotros habíamos imaginado.

En ese momento mi hermano me estaba traicionando.  Pues ni uno de sus músculos se alteró ante mi miedo, haciéndome sentir una más de las tantas mujeres juerguistas que lo desnudaban y le enjuagaban el cuerpo con sus salivas.

Un intenso silbido me hizo dejar de mover a mi hermano y mis ojos chocaron con una serpiente que con cara de mujer iba circundando mi cuerpo.  Era una situación sin salida .  Ahora estaba más drogada que mi hermano.

Dónde estarán las estampas que mi hermano y yo confabulamos para que todas sus mujeres se hicieran oficiales en su culto de muerte.  En qué lugar.  Dónde estará el entierro de fantasía…

La pandilla femenina dejó de ser columna y se hizo un círculo muy fuerte alrededor nuestro.  Por fin sentí la mano de mi hermano cerrarse duro dentro de la mía.   El miedo lo despertaba.

Al igual que un canto gregoriano el sonido fuerte de la arboleda se fue haciendo cadencioso y sutil.  Un anillo de abejas aparecía en la marea del río.  Se hizo un silencio y las mujeres comenzaron a castrarse sus vaginas como un rito de esclavitud.  Simbólicamente se convertían en eunucos de ninfas, castradas únicamente para irse al destierro que mi hermano había incitado.

De pronto mi hermano era Prometeo.  Dulce, embellecido.  Sin magia y sin antídoto su fanatismo a la irreal muerte quedaba como un espejismo.  Pero yo sentía el veneno en mi cuerpo, en los sonidos, en las estacas y piedras del río, en la fecundación de las mujeres.

La serpiente seguía pretendiéndome.  Y resignada dejé que su lengua se colara en mi boca y me hiciera una emboscada vulgar de semen sobre mis labios, que agitados y convulsos saborearon una esperma relajada y dulce.

La visión era espectacular.  Mucho más cuando mi hermano con toda la magia en el cuerpo, y siendo más Prometeo que hermano, inconsciente quizás de su mutabilidad, me alzó en sus brazos, y arrastrando a todas sus mujeres detrás de él se fue hundiendo en el río.  Mi descenso a la nada se esparció dentro de un laberinto que el río, con un gesto hostil, produjo.

La hija seductora de Dios ahora era yo.  Mística y desposeída llené el río de espuma.  Una enorme cantidad de avena se dibujó en sus riberas.  Y por primera vez mi hermano despertó vivo y con una flor de loto en la frente.

Con silencio y con miedo las mujeres de mi hermano se fueron alejando, llevándose con ellas aquella horrible pestilencia.  En el ambiente quedó un aroma femenino como señal de mi admirable embarazo.  Creado quizás por el útero masculino de la serpiente, o por el bastardo de mi hermano.  Que viendo en mi la imitación perfecta de Ochún quiso hacerse santo padre.  Aunque el desorden del incesto fuera la más pura imaginación de Prometeo en la compra de su nuevo fuego.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A PRIORI.

 

                                       A Braulio y Andrés, dos hermanos  

                                          antónimos.

 

Andrés está multiplicándose.  Andrés está recostado a la columna de su portal.  Andrés está simbólico.

Se ensortija las manos.  Se acaricia la cabeza.  Andrés se afeita su cabeza.  Yo insisto para que no lo haga.  Andrés está individualista.

Andrés espera una muchacha.  Su muchacha.  Sabe que vendrá en auto.  Andrés arde como una patraña.

Braulio dentro de su mutismo.  En su pasión me pide un poema de amor.  Braulio tiene una melancolía insinuada.  No conoce que primero es la causa y después el efecto.  Braulio encanta.  Braulio está nutrido de horizontes.

Braulio, quiero convertirte en mi intelecto.  Serás mi elegido.  Braulio está prismático.  Cuesta seducirlo.

Braulio dice que yo tengo algo.  Habla de mi punto concreto.  Yo también creo que tengo algo.  Un demonio, un ángel, una luz.  No sé… eso nunca lo asimilo mucho.

Braulio cómo se escribe un verso.  Braulio me contempla.  Escucha:

                           

                                 Me desnudo para aplacar la tormenta de semen

                                 que amenaza tu hendidura.

                                Escribo con tinta la palabra Nazareno,

                               y el madero cruje sobre la seguridad de tu

                               desnudez.

 

Braulio un poema a priori tiene frustraciones.  Braulio sustenta.  Braulio no escucha ahora.

Andrés no asimila espera.  Andrés quiere fumar.  Mira a la calle.  A un lado a otro.  Sabe que la muchacha, su muchacha, vendrá en un auto.  Andrés no ve los autos.  Está esquemático.

Andrés no ha comido.  Está sugestionado.  Su primera muchacha.  No.   Andrés come de madrugada.  Andrés se descubre.  Está señalado.  Andrés es el elegido de varias memorias.

Andrés está condensado.  Andrés se desvive.  Con la muchacha.  Su muchacha.  Que vendrá  (que no llega) en auto.

Andrés está pertinaz.  Tiene deseos de fumar.  Andrés no fuma.  La muchacha va a llegar.  Andrés está impecable.

Braulio, te prometo escribir:

                                                 

                                                      Mujer, eres mi interior de ciudad

                                                      mi inevitable contorno.

 

Braulio está indiferente.  Marchitándose.

Braulio yo no quiero la indiferencia.  Lo instantáneo me hechiza.  Braulio subjetiva.

Braulio, no quedarás como un antipoeta.  Eres mi héroe.

Braulio, tu muchacha no escribe con pistilo la palabra poesía.  Braulio se satura. 

Escribo un poema humano.  Braulio piensa.  Está muy taciturno.

Y lee:

 

                       En esta cama

                       Repleta de agujeros de otros hombres                          

                      Una mujer excita su cordura sobre la costumbre de mis

                      actos.

Braulio no concuerda conmigo.

Andrés sigue como una ciudad perdida.  La historia le clava los colmillos .  Está provocado.  Andrés está filosófico.

 

Andrés pretende descubrir su a su muchacha con los senos erectos, con el pelo rizado, con las caderas ondulantes.  Andrés está ilusionado.  La muchacha aún no llega.

Andrés está al disolverse en su leyenda.  Hace un compromiso donativo para iluminar su portal si viene la muchacha.  Su muchacha.

Andrés está acosado de ausencia.  Andrés me llama.  No puede más con tanta pesadilla.  Andrés habla.  Dice una palabra sencilla: poesía.

Andrés es un poeta suspendido.  Andrés escribe un poema de amor a priori:

 

                                       Mujer,

                                       utopía de espera

                                       violencia cobijada

                                       de mi apuro de hombre…

 

Braulio al fin está satisfecho.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA TELARAÑA DE LA DESNUDEZ.

 

                                               A Osmín por su fina telaraña…

 

Mirar a un hombre.  Sentir como la quietud de su reflexión le permite desnudarse.

Convoco así a múltiples vías.  Intento que todo sea propicio.  Que no hayan diálogos.

Esto es una apariencia para no anunciarme.  Para no destruir la comunicación observatoria.

No se trata de desbordamiento de tiempo.  Más bien es un evento donde aludo mi dependencia del hombre.

Infiero en el ejercicio de mirar las zonas donde se encuentran sus posibles relatos.  Sus posibles críticas analizadas por otras mujeres.  No por mi.    Yo no uso el tacto.  Solo me conduzco.  Voy así a la experiencia.

Mirarlo y alcanzar un estímulo.  Un prototipo artístico y a la vez pueril.  Me justifico con desprejuicio.  Llamo inocente al inventario de partes que reconozco en este hombre.

Pienso que ya va siendo tiempo para el alcance humano.  Busco una posible vía.  Algo que evalúe globalmente el contacto.  Pero ansiosa sigo de espectadora.  Esto es un síndrome de conveniencia.  Invento de luces que mi esencia trasciende para mi desarrollo.

La apertura de la desnudez tiene sus códigos.  Este hombre no los conoce.  Como tampoco conoce que soy capaz de destruir su tentadora oportunidad de pasear su esperma por mi boca.

En el límite de mi aceptación juego a multiplicar territorios.  También hay una matriz desnuda.  No por ello renuncio.  La mujer tiene enmascarada su utopía.  Es su simulacro.  Ella también salva su universo de mi aparente libertad.

Acaso la respuesta de las circunstancias les perjudica.  Creo que no.  Ellos no abundan dentro de falsos paternalismos.  Yo sí.  Me gusta tener mi mirada envenenada.  Sueño con mi mirada envenenada.

Sin desaciertos o con ellos establezco un poderoso compromiso : invitarlos a ustedes.  Por supuesto, pensando en nuevos empeños.  En nuevas formas que acudan a nuestro certamen.  La urgencia de cambios estructurales se interpretaría como mejor goce.  Mucho más si están ustedes como tolerantes.

Mi pequeña fotografía de los cinco sentidos es válida en estos momentos.  Tengo la mano apoyada en el optimismo de mi pezón.  Un análisis de mundo, diría yo.  Si no hay jurado que presencie la ubicación, la posibilidad de acotarme no existiera.  Por eso los invito a ser deudores de mi cohesión.

Casi como un acuerdo mi pezón se iergue.  Es optimista.  Se desenvuelve de manera correlativa.  El hombre hace sus intervenciones.  La mujer deja de esconder su matriz y la enarbola.  Futura pausa de entrega.

Mido mis tres primeros pasos.  Mido así también mi convocatoria, mi desenvolvimiento, mi circunstancia.  Llego.  La etapa de divulgación tiene prioridad.  Rebaso el medio convencional de los espectadores.  No existe ruido.  Los testigos se encuentran en silencio.  Un premio será otorgado.

Ahora muy cerca.  Tan desnudo que lo miro intentando tejer una telaraña sobre su cuerpo.  Sobrevivo.  Escojo mi pezón más turístico y lo coloco en el centro de su lucha.  Hay erección.  Dispuesta a celebrar el trozo de carne que la copula.  Mi dedo se encamina y comienza a tejer una fina telaraña en la cavidad más profunda de su espalda.  Misión especial.

Los testigos se desesperan.  Miro hacia la reunión y todos están alquilando los olores que destilamos.  En el pozo de mi apetito está la mujer.  Ya no enmascara su utopía.  Me sabe definir.

Faltan unos minutos para el regocijo y miro sin responder cívicamente a la desnudez.  Existen idílicas purezas.  Marcas en los árboles que me devuelven el arrepentimiento de mirar a un hombre desnudo.

Si persisto vivo.  Si pretendo escapar soy una incógnita.  Por eso con todo el abuso posible de mi observación hago de clero fiel.  Y cierro los ojos ante la distribución desigual que provoca en mí este orgasmo…

 

 

 

ESCRITORA, IDANIA  BACALLAO ITURRIA

CUBA. 2013

 

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