MACHUCA MACHUCADOR

LA FRAGUA DEL HERRERO

¡Oh, Padre, oh claro sol! No desampares

Este suelo jamás, ni estos altares…

Tú al labrador despiertas

-J. J. Olmedo-

(Ecuador)

 

A MI ABUELO, PANCHITO BACALLAO, COMO EL LABRADOR QUE AÚN DESPIERTO GRITA SOBRE SU PECHO: ¡VIVA CUBA LIBRE!

 

 

Mi abuelo fue lector de la fábrica de tabacos de un pueblo nombrado Rancho Veloz en la costa norte de Cuba.  Eran días obligados para ocuparse  de los centavos del alimento, fue por eso que tuvo que someterse ante el terrateniente millonario del pueblo al elegirlo entre los tantos trabajadores que tenía en su haber para que cada tarde abandonara a su pequeña  y privada herrería y se subiera al podio de la tabaquería para leer así página a página de toda una inmensa multitud de libros que siempre escondía en un closet secreto de su rancho.

 

Una de esas tantas tardes en que leía con tanta dulzura y sabiduría fue interrumpida su lectura por un emisario que traía un mensaje del Padre Eusebio Dolores.  El mensaje decía: La Revolución triunfó sobre la dictadura de Fulgencio Batista.  Ahora existirán nuevas demandas básicas: Restablecimiento del orden constitucional de 1940, reforma agraria “moderada”, igualdad civil, justicia social, soberanía nacional y democracia representativa.  El poder ahora está en la persona de Fidel Castro.

 

Mi abuelo, con su común parsimonia y su perfecta adición en la lectura, terminó de leer aquel mensaje que había llegado con una cara no muy agradable al respecto.  A las claras se descubría que no estaba satisfecho ni mucho menos de acuerdo con el desastre que ya consideraba que ahora llegaba a su patria, pero con más destrozo que otro cualquier sistema político anterior al que ya hubiera estado en la presidencia de Cuba.

 

Y no se equivocó.  Por eso fue que mi abuelo llegó aquel día al hogar más preocupado que de costumbre, pues su única gran riqueza consistía en la fuerza de aquella peseta que por su lectura le daba aquel terrateniente a la semana para alimentar a la familia y sustentar algunos materiales de su pequeña herrería.

 

El comienzo de la formación de un régimen totalitario nuevo dentro de aquella revolución popular triunfante asimiló vertiginosamente la adopción del marxismo leninismo como ideología de Estado y la incorporación de la Isla a un tal llamado bloque socialista.  Todo esto ya mi abuelo lo había pronosticado entre sus amistades como si hubiera sido una profecía bíblica que le hubieran dictado los santos en los que creía.

 

Esta elección de las nuevas élites del poder produjo una estela de conflictos internos y externos dentro del país.  El exilio fue algunas de las consecuencias visibles de aquella deriva totalitaria.  La otra, ahora y hoy más conocida, fue la vertebración de un gran movimiento opositor al naciente comunismo cubano.  Ahí tampoco faltó mi abuelo: Eligió la lucha, pero desde adentro.

 

La experiencia de aquel movimiento opositor, integrado por toda una generación de jóvenes demócratas y católicos cubanos, ha sido casi borrada de la historia contemporánea de Cuba.  Mi abuelo, uno de los grandes líderes de estos opositores fue asumido no solo como adversario del nuevo Estado, sino como un enemigo potencial a la nación.  Su fuerte y aguzado sentido de libertad le trajo múltiples contingencias.   Pero nunca mi abuelo perdió ni la fe ni su religión por la historia cubana, que llena de maravillosas muestras milagrosas de amor hacia la Patrona de Cuba, a cuyos pies siempre vio a miles de figuras de humildes nativos, indios y todo un pueblo que le rezaba y le rogaba a escondidas por la libertad y la paz venidera.  Nada, pero nada, ni el más duro golpe recibido le hizo perder sus sentimientos  ni de sus ideales hacia la enorme ternura  y confianza que sentía hacia su Virgen de la Caridad.

 

María de la Caridad fue y es uno de los mayores símbolos de la nación cubana, porque es nuestra, como siempre se expresó mi abuelo cuando la miraba como alelado.  Es la madre de todos los cubanos.  Es la morena, la de ojos pardos y mirada viva, firme y amorosa que carga en su brazo a su hijo y lo muestra, nos lo enseña, para que veamos en él al verdadero amor, a la verdadera paz de libertad cubana cristiana.  Es la Cachita de mi abuelo, no coronada de piedras preciosas, sino con el gran amor, cariño y devoción de todo un pueblo que desde hace 400 años la venera.  Como la veneró mi abuelo sin miedo alguno dentro de las rejas de cuanta prisión tuvo que verse recluido obligadamente bajo golpes, amenazas, y acosos por desear una libertad verdadera para su país.  Por amar el divino amor de su Cachita.  Por manifestarse en contra de todas las destrucciones constantes que hizo el nuevo Gobierno, maldito sea su hora, en contra de todas las iglesias cubanas y de la religión católica destruyéndola casi en su totalidad.  Contra todos los hombres que como él lucharon como buenos gladiadores valientes a la par de él por salvar a la Isla de semejante depredación vulgar, sofocante y atea.

 

Ahora cuando ya mi abuelo no está se siente semana tras semana, día a día como otro milagro divino de Cachita, andar con su cabello abundante, negro y rizado, herrero y herrador sobre una fuente que fabricó en la fragua de su misma herrería.  Imitando el sonido clamoroso de la cercana esquila de la Iglesia de la Virgen de la Caridad de su pueblo.  Allí se le escucha y se le siente entre los niños alegres del  corro, en la corona de existencia del hierro que enrojecido construyó con sus manos a golpe forjador para verla enaltecida todos los domingos en el templo que lo vio rezar como al buen pastor que oró y predicó con su voz de dulzura llena.  Con su emoción de viva felicidad ante la gozosa Patrona de Cuba, que con su derecho cabal y religioso aún sigue firme sobre el yunque que él mismo le modeló para con exactitud, calculo y avance secara las lágrimas en los ojos de los cubanos, hablara como buena madre y como buena hija que nace diariamente en el encuentro de todos los sentimientos que Dios le regala a Cuba para que sea liberada por siempre como lo soñó mi abuelo.  

O desde ese mismísimo milagro divino de ver cómo murió mi abuelo, con su hermosa y bonita Madre Cachita abrazándola dentro de su pecho de hombre soldado.  Y acariciando con su recia mano de bendito herrero y músculos de atleta al girasol que nunca le faltó junto a la alta estatura de lo único que nunca pudieron esconder ni humillar, ni desgraciar.  A lo único que no ha quitado ni la verdad ni la justicia ni la libertad patriótica: La Bandera Cubana de Nuestra Virgen de la Caridad: Madre también de los que viven y todavía mueren por salvar a nuestra bella Isla de Cuba.

En el nombre de los que como mi abuelo la enarbolan como el exponente más fiel del santuario omnipotente que tiene Cuba por agradecimiento, amor, fuerza y poder a la paz libertaria que nos trae Cachita a la Isla desde su época de mambises.

 

IDANIA BACALLAO ITURRIA

1 DE ABRIL-2013.

CUBA

 

 

 

 

 

 

ESCRITORA, IDANIA  BACALLAO ITURRIA

CUBA. 2013

 

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