DEL LIBRO "LA MEJILLA EQUIVOACADA"

ENCANTO.

Idania B. Iturria

 

 

Su mente femenina masculina la disparaba a lugares a veces hasta insospechado para ella.  Sonreía al mundo y el mundo le devolvía la alegría.

 

Hablaba de ser feliz como un pájaro, saltando de un tema a otro.  Con su cigarro en la boca seducía, para de repente parar el entusiasmo y quedarse completamente alelada.  Parecía esa su especial forma de ser feliz. 

 

Se enmascaraba irradiando un encanto abierto y contagioso. Profundamente comprometida con un vivir el momento,  pero con cierto secreto del pasado desconocido para todos.  Para ella más que sabido.

 

Sola y ya melancólica resultaba más atractiva que cuando charlaba y se reía como una completa desconocida.  Pero así a solas se hablaba afectuosa como un perro fiel.  El perro era su verbo mágico.  El camino atrapado y traspasado de su silencio.  No poseía los modales  que le irradiaban el encanto.  Más allá de su umbral los gestos, risas y llantos le aliviaban la depresión.  Así María Salas se respondía a su verdadera y propia realidad.

 

Temblándole los hombros se impuso una culpabilidad, la  de no ser feliz nunca más solamente en su conciencia.  Fue así que comenzó a irradiar cierta sensación de misterio.  Su sociedad secreta con su conciencia la traicionaba.

 

Y en un vagón de primera clase arrastró toda su verdad.  Se fue a quitar la crueldad sin muchas excentricidades.  No se lo avisó a nadie.  Su sentimiento de culpa con esta audacia la llevaba a la necesidad ya casi abrumadora de hacerse desear y querer.  Se tenía en tan  poca estima.

 

Era como un niño pequeño golpeado que necesitaba arrodillarse  y pedir indulgencia. Y se introdujo en Manú enredándose  sin saber qué quería hacer.  El pequeño niño estaba  tratando de consolarse.  Manú escondía una soledad fría que la transmutaba.  Y captó, plena de sutilezas, los tortuosos destellos de María Salas.  Y fue natural, fluida y firme en los matices de sus palabras:

-Nadie te merece más que yo.-

 

María Salas dejó todo el vacío que traía por dentro escrito en una pared.  Entonces ocurrió algo curioso.  Manú que hablaba excitadamente como un perpetuo seductor se engulló las palabras.  Las puertas se abrían y cerraban con un golpe seco.  El estrépito de los cubiertos en la cocina era grabado en el aire con alto relieve.  Todo como a través de una cámara fotográfica. Manú era gestos con los brazos, movimientos con el cuerpo pero no se oían las palabras.  El sonido de sus pasos le era devuelto.

 

Y María Salas también la aceptó así con una mezcla de admiración y ansiedad.  Se admitió a sí misma, tras una crisis de conciencia, para entonces comenzar a escribir cartas de amor, que Manú  leía y releía durante noches enteras para después entregarse al regocijo de responderlas.  Manú disfrutaba de ese anonimato como nunca antes había disfrutado nada en la vida.

 

Su curiosidad y sus celos lo expresaba cada día con más énfasis.  Después vinieron dudas que le agrietaban hasta a su propio silencio.  Dudas de tanto conformismo.  No entendía que María Salas, atractiva y admirada, renunciara a las simpatías de otros para solo leer sus respuestas.    La experiencia le era terrible e impresionante a la vez.

 

Pero Manú era judía y sentía adoración por cierta clase de mujer.  Así que dentro de aquella escena de soledad le habló a María Salas con un gran sombrero blanco irradiando cierto toque masculino en su rostro.  Habló con un insoportable dolor y con un encanto matriarcal fuera de lo común.  María Salas la escuchó con su boina escocesa inclinada sobre su oreja.  La escuchó enamorada inmediatamente.  Viéndola como una pintura o arquitectura no como carne y hueso.

 

 María Salas ya no tenía puesta la máscara de sonrisa.  Ahora se sentía como  bautizada con un nombre sacado de las flores.

 

Las dos vestidas de blanco y bajo un cielo despejado se hicieron de una elocuente calma exenta de palabras.  Estaban inclinadas hacia la vida, enmarañadas de emociones.  Recibían una sensación de acercamiento mezclado por violentas emociones de rebeldía, felicidad y esperanza…

 

Entonces se dijeron todas las cosas encantadoras que pudieran imaginar.  Un poder absoluto, a favor del amor, que impregnaba de un erotismo desconcertante a la habitación.  María Salas independiente y madura.  Manú tímida como un ave en su insegura personalidad.

 

Manú con su tono pasivo y muy en consonancia con el entorno,  dijo de memoria todo lo que había escrito en las cartas.  María Salas hizo lo mismo, con su rostro suave, sus cejas bien delineadas y sus ojos de un verde claro,  extendió sus palabras más allá de aquella habitación para después recibir una extraña simplicidad muy antigua.  Todo se le convirtió nuevamente en sonrisa y sonrió.  Le sonreía al mundo y el mundo le devolvía a la asexuada Manú.

 

 

                                        8 julio 2010

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Category: 0 comentarios

0 comentarios:

Publicar un comentario